jueves, 17 de junio de 2021

Descubriendo a mi papá




Mi mamá era la mujer fuerte y enérgica. Decía cuando hacer las cosas y con qué velocidad. Revisaba mi forma de vestir y corregía mi postura. Me besaba en la frente y siempre buscaba la oportunidad para brindarme sus caricias. Su amor era incondicional. Me cargaba, me daba de comer. Era mi mundo y en ese mundo ella era todo. 

Pero un día, cuando yo tenía 5 años un fenómeno natural afectó las casas de la colonia. Mi madre tuvo mucho miedo. Vimos paredes derrumbarse y lo único que decía era: tranquilo, ya viene tu papá. Hasta ese día yo me preguntaba ¿Quién era ese hombre que según mi mamá salía a las 5 de la mañana de la casa y volvía a las once de la noche cuando yo estaba dormido? Ella decía, tu papá te quiere mucho, pero yo creí que no existía. Eso era porque debido a la crisis económica, en ese tiempo mi papá trabajaba de lunes a domingo. Ella me decía que él tenía tres trabajos. Uno de día, uno de noche y uno para fines de semana. 

Cuando él llegó, mi mamá corrió a abrazarlo y con sollozos daba gracias a Dios que había llegado. También me abrazó y me dijo que no me preocupara. Papá ya está aquí, dijo. Ese día descubrí el poder que mi papá tenía en nuestra familia. No era nada material, era sólo su presencia. Detrás de él mi mamá se sentía segura. Con martillo, clavos y muchas tablas reparó todo lo que el viento había dañado. Yo le ayudé acarreando tablitas y descubrí que él no se sabía mi nombre porque me llamaba campeón.

En otra oportunidad, mi papá llegó temprano. Hablaron un momento y luego vi que mi mamá estaba preocupada. Me dijo, ven tesoro. Vamos a dormir. Tu papá perdió el trabajo y ahora no sé cómo vamos a sobrevivir. Tenemos que pedirle a Dios que nos ayude en el porvenir. Hasta ese día yo creí que mi mamá era la que tenía dinero. Siempre se metía la mano a la bolsa y sacaba monedas para regalarme. A mis seis años de edad descubrí el poder económico que tenía mi papá.

Más adelante, descubrí otras características de mi papá. El televisor no funcionaba, no hay señal decía mi mamá. Yo quería ver caricaturas. ¿Eso se puede arreglar? Le pregunté. Ella dijo, supongo que sí, pero la antena está en el techo. Allí solo tu papá puede subir. Mi mamá hace de todo, pero hay cosas que según me dice, solo puede hacerlas mi papá.

En la escuela, todo iba bien. Aunque hice una travesura. La directora llamó a mi mamá. Hablaron mucho. Ese niño necesita dirección, decía. Mi mamá volvió a casa en silencio, yo caminé tomando con firmeza su mano derecha. ¿Me vas a regañar? Le pregunté. Me dijo: no, pero espera que llegue tu papá. Descubrí a los siete años el poder de autoridad que tiene mi papá. Parece que él atiende esas decisiones que tienen que ver con mi futuro. Yo creo que sus ojos miran más allá. Miran lo que va a pasar mañana. Eso no tiene importancia, dijo. Y vi tranquilizarse a mi mamá.

Para ese tiempo, mi papá ya tenía un solo empleo. Los domingos sin faltar nos llevaba a divertir. Jugamos al baseball. Vi que mi papá tenía mucha habilidad. Es deportista, me confirmó mi mamá. Yo le conté. Estoy aprendiendo a caminar como él. Veo como  se sienta y cuantos pasos da cuando camina. Descubrí que es más fácil imitarlo a él que a mi mamá. Mi mamá me enseñó el significado del amor incondicional. Mi papá me enseñó lo importante que es el éxito en una faena y el deseo de triunfar.

No me da pena, decir que descubrí a mi papá cuando me enfrenté a mi primer dilema. Puedo pasar, le dije en su escritorio. Necesito un consejo. En su experiencia tiene un enfoque diferente. Él mira más allá de lo que ve toda la gente. Tiene los pies bien puestos en la tierra y sabe diferenciar lo que trae beneficios o condena.

Descubrir a mi mamá fue cosa fácil, ella es amor. En cambio, terminé de descubrir a mi papá, el día que mi hijo vino al mundo. Cuando me hice señor.

Autor: Edwin Rolando García Caal

miércoles, 16 de junio de 2021

Un hombre con la cabeza blanca



Recuerdo el pelo blanco que cubría su cabeza. Siempre haciendo chistes para hacer reír a la familia y a las amistades. Era un abuelo feliz. Al salir a la calle saludaba a todos los vecinos. Todos lo conocían. Yo me hacía el impaciente porque quería llegar rápido a la tienda y comprar el helado que me había prometido. Pero él tenía tiempo. Tenía todo el tiempo del mundo, no tenía las presiones de mi papá, ni los apuros de mi mamá. Su paso era lento, como observando con detenimiento las maravillas de todo lo que nos rodea. No quería ahorrar. Me dijo: pasé toda mi vida ahorrando, por eso ahora tengo tiempo para gastar mis ahorros y disfrutar con ese dinero las cosas buenas de la vida, pero todo con medida. Todo con medida. Era curioso escuchar que repitiera siempre las últimas frases de cada oración, como enseñando que lo mejor está en el final. No sé cómo funcionaba su cabeza. Un día le pregunté si sus ahorros eran muchos y me dijo, es que no fui tonto, yo pagué seguridad social. Cuando seas grande sabrás qué es eso.

Cuando me siento desanimado recuerdo esos sentimientos de felicidad que transmitía. Él era feliz con mi hermana y conmigo. Eso creo que era el resultado de nuestro interés por pedirle que contara más historias. Nadie quería escucharlo porque decían que repetía mucho las historias. Eso nos gustaba. Abuelo, decía mi hermana: puedes contarnos otra vez la historia de cuando saltaste de una peña hacia la punta de un pino. Entonces él se emocionaba y nos llevaba al sillón. Vengan pues, nos decía. Contar historias era su alegría.

Siempre cargaba un maletín café rojizo. Sólo él sabía la combinación. Al abrir el maletín uno podía observar que llevaba galletas, angelitos y botonetas, sus lentes para leer y unos papeles, no sé de qué. Lo abría y nos regalaba algo de su maletín. Siempre hay que estar prevenidos, afirmaba. Cuando el hambre aprieta no hay nada mejor que una botoneta. Mi abuela comentaba que escondía allí sus chucherías porque tenía prohibido comer chocolate. El café siempre lo tomaba hirviendo. Si no estaba muy caliente entonces no lo quería. Yo creo que su lengua ya no sentía porque solo él podía tomar ese café. Todos los demás que intentamos probarlo nos quemamos la boca. Su cincho era de cuero, pero muy ancho en comparación con los cinchos del resto de varones en la familia. El pantalón siempre le quedaba arriba del ombligo. Su vestimenta siempre de tela, no usaba pantalones de lona, ni zapatos tenis. Debía ser formal. Eso decía. Genio y figura hasta la sepultura, hasta la sepultura.

Siempre esperamos su visita. Cuando nos veía, sin pedir permiso apagaba la televisión y decía: dejemos de ver tanta tontería. Llegó el momento de la alegría. En su casa era otra historia. Cada foto que colgaba en la pared tenía su propia leyenda. En esta foto estábamos iniciando nuestra vida. No había luz, no había agua. A veces en la cena no había nada de comida. Comimos una tortilla y nada más. Nada más. Por eso hay que estudiar. Hay que prepararse para que no cueste ganarse la vida. Si descansas cuando tienes que trabajar, trabajarás cuando tienes que descansar y allí ya no tendrás las mismas fuerzas. No tendrás fuerzas. Como don Lencho. ¿Lo han visto? Allí va, empujando la carreta del pan. Con ochenta y cinco años encima. El pobre no tiene nada para comer. Tiene que trabajar. Cuando éramos jóvenes yo le dije, vamos a trabajar. Él me decía, que trabajen los bueyes. La vida se hizo para descansar. Ahora lo ven. Tendrá que trabajar hasta el último día de su vida. De su vida.

Mi abuelo no quería telas de araña en su casa. Cargaba un bastón y lo utilizaba para quitar telas de araña. No dejen que las casas se vean viejas, decía. Una casa vieja trae tristeza. A mí me gusta la alegría. La alegría de noche y la alegría del día. Del día. Qué escribes abuelo le pregunté cuando lo vi sentado en su gran escritorio de madera. Las cosas que se me olvidan, me dijo. A escondidas revisé su agenda. No eran cosas de importancia. Solo eran fechas e iniciales. Le pregunté: abuelo qué son esas fechas que hay en tu cuaderno. Él me dijo: son los recuerdos más importantes que debo tener. Las fechas de cumpleaños de todos mis nietos. Esas fechas me dicen cuando comeremos pastel. Rico pastel.

El abuelo tenía muchos diplomas. Si los hubiera puesto en una sola pared, no se vería la pared. Sus diplomas estaban colocados en marcos de bronce, pero los tenía guardados en las gavetas de su gran escritorio de madera. También había muchos detrás de sus libros. Abuelo ¿estos libros no los lees? Claro que sí, me decía. Ya los tengo aquí en mi cabeza. Están aquí para que venga otra cabeza con interés de aprender. Serán mi herencia para el nieto más inteligente. ¿Y ese nieto puedo ser yo? Le dije. Claro que sí. Vas a llegar alto, muy alto. Y también vas a leer todos estos libros. Tal vez un poco más. Mientras tanto léete este: se llama “El mundo del misterio verde”. Sabes un secreto. Los libros son como los trenes. Nos llevan de paseo hacia lugares muy bonitos. Y todos esos viajes hiciste abuelo. Esos y más. Muchos más. Los hice para tener mucho que contar. El que más lee más historias cuenta. El que más historias cuenta, tiene más amigos, porque a las personas les gustan las historias. La persona que no lee es una persona solitaria. ¿Tú no quieres vivir solo verdad?

Lo que más me gustaba de mi abuelo era que nunca me dejaba con dudas. Siempre tenía una respuesta para todas mis preguntas. Los otros adultos me decían, a saber. Mi abuelo me decía, ven te lo voy a explicar y al final de cada explicación siempre había un consejo. Me contó que los días felices son de mucha luz. Cada vez que hay un día feliz, un pelo de tu cabeza captura esa luz y en lugar de negro se vuelve blanco.  Tú has sido muy feliz abuelo. Claro que sí, me decía. Claro que sí. Pero cuando no tenías comida en la cena, ¿por qué eras feliz? Ahhh, porque ese día no iba a leer un libro, sino a escribir uno. Porque entre esos libros que ves allí, también están los libros que cuentan mi propia historia. Y esos libros dan más alegría, no ponen un pelo blanco, sino dos pelos blancos.

Ahora que estoy grande, reviso los libros de mi abuelo y me gusta leer más los que cuentan su propia historia. Aunque parecen mágicos. Él fue un escritor. En sus libros cuenta cosas simples pero de una forma mágica. No sé qué tenía en su cabeza, porque no veía las cosas como la gente normal. Tal vez porque su cabeza era blanca. Veía una piedra en el camino y chas un libro que hablaba de las piedras. Vio una mariposa y chas escribió su libro “Cazadora de mariposas”. Mi abuelo era un hombre con la cabeza muy blanca porque era un hombre muy feliz. Un día quise darle una sorpresa. Me eché harina en la cabeza y fui a abrazarlo. Le dije: abuelo, estoy muy feliz. Se nota me dijo. Se nota.

Ahora que escribo esta nota, recuerdo sus ojos achinados. Sus pupilas color café, su vicio por los frijoles con pan francés, su taza de café hirviendo y su maletín con botonetas. Sé que fue un gran hombre. Sus recuerdos me han hecho desear solo cosas buenas. A diario escucho en mi mente sus consejos de lo que puedo hacer y no hacer. Pero lo mejor de todo, es que me enseñó lo que significa ser un hombre con la cabeza blanca.

Autor: Edwin Rolando García Caal 

martes, 15 de junio de 2021

Graduación sin un graduado

 


Quienes me conocen saben que mi carro no es generación 10 años. Es más, el pobre ya ha recorrido más de 20 años y soy su tercer dueño. Aun así no me quejo.  Es un carro de aguante. Nunca me ha dejado tirado. Siempre que se descompone lo hace cuando ya está frente a mi casa. Eso es una bendición porque yo sé absolutamente nada de mecánica automotriz. Sin embargo, el día de ayer sí me dio un buen susto. Como mi casa se ubica en el kilómetro treinta, es de considerar que en muchos kilómetros a la redonda no hay un servicio mecánico o de grúas que se localice a la mano. Se recorren kilómetros y kilómetros de carretera con pura vegetación a los lados. Sin postes de alumbrado público. Eso no es extraño, estamos en el área rural de Guatemala.

Ahora bien, ayer fue el acto de graduación y juramentación de los nuevos profesionales universitarios, en donde el Colegio de Profesionales impone el pin de nuevo miembro y todo lo demás que tiene que ver con pertenecer al distinguido gremio. El acto estaba preparado para las siete en punto de la noche. Compré mi saco azul oscuro, mi camisa blanca de manga larga, una corbata de buena imagen, zapatos lustrados y listos. Hora de salida: diecisiete horas en punto. Destino: zona quince de la ciudad capital de Guatemala. En el momento exacto abordé mi nave y salí rumbo a la emotividad bien merecida. Sin embargo, ya en la carretera el carro se empezó a sentir mal. Primero le dieron ligeros vahídos. Parecía que el timón se mantenía firme pero el carro en breves segundos se movía hacia la derecha. Igual que los mareos que mi tía tiene cuando se agarra de las puertas. Eso me alertó, así que moderé la marcha y decidí ponerle más atención. A los cinco kilómetros de marcha le dio diarrea, porque inició a tirar la gasolina por el escape. Yo exclamé ¡Dios mío, estamos todavía muy lejos de una gasolinera! ¡Aguanta carrito, aguanta!

Otros cinco kilómetros y pum, le subió la fiebre. La aguja de temperatura estaba acercándose a la parte roja. Justo en el kilómetro veintiuno me tuve que orillar porque la fiebre era tan alta que el carro empezó a vomitar. Levanté el capó y era toda una melcocha. Estaba expulsando por el sartén que tiene sobre el motor, una cosa como leche chocolatada muy espesa y parecía que estaba hirviendo porque brotaba como “poporopos” (nombre que se le da en Guatemala a las palomitas de maíz). ¿Qué hago? Me pregunté. Ni siquiera puedo acercarme porque ensuciaría mi traje. En esos profundos minutos de meditación estaba cuando de pronto un pick up rojo se detiene a una distancia de 20 metros delante de mi carro. Todo mundo pensaría que querían ayudarme, pero un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. De esas sensaciones que imagino siente el hombre araña cuando sus antenitas de vinil están detectando la presencia del enemigo.

Veo de frente a los hombres que saltan del pick up; caminan tres a la derecha del pick up y tres a la izquierda. En su cintura se observan las pistolas. Se me ocurre bajar el capó. Entrar al carro y con mi cabeza inclinada sobre el timón y con los ojos cerrados pedirle a Dios con toda la fe que es posible que me libre de todo mal. Le pido una oportunidad de vida. Le pido que arranque el carro. Doy vuelta a la llave y qué les parece que el carro arrancó. Entro con velocidad a la carretera y me dirijo hacia la ciudad  capital. Veo por el retrovisor que los hombres corren se suben al pick up e inician una persecución que no es normal. Le pedí a Dios que me acompañara. El carro estaba reaccionando muy bien. No bajó la velocidad. No permitió que me alcanzaran. Fueron tal vez los minutos de más adrenalina que he pasado en mi vida.

Tenía miedo que al llegar a la subida con la que se llega a la ciudad capital el carro se detuviera. Revisaba el retrovisor, el pick up venía detrás. No sé qué quieren. Recordé que un mes antes me habían detenido cuando salí a las tres de la mañana de mi casa. En esa oportunidad tenían gorros pasamontaña y me detuvieron. Parado frente a un carro negro de vidrios polarizados escuché cuando el presunto jefe les dijo, no es él. ¿Será que nuevamente se confundieron? No me voy a quedar a preguntar. El carro no se detuvo. Está sacando humo sobre el motor, pero le pido a Dios que no me abandone. Por fin llegué a Metro Norte, cruzo para la calzada de La Paz. El pick up me sigue. No hay duda que me vienen siguiendo. Lo bueno es que el camino es de bajada. Siento mayor fuerza en el carro. También es una suerte que fuera día domingo. No hubiera sido fácil llegar tan lejos si fuera un día entre semana. Voy subiendo por la zona cinco. Ya estoy cerca, cruzar a la derecha y llegar al Colegio de profesionales. Todo el camino fui deseando que estuviera una patrulla de la PNC, pero es como si se tomaron un descanso general. Ya estoy cerca de la Escuela Politécnica, en esta ruta no hay semáforos. Bajaré hacia la entrada de la zona 15. Ya se ve el Colegio.  

Por suerte ir hacia el parqueo es de bajada. Me detengo en la entrada y le digo al agente de seguridad que me ayude. El pick up se estaciona en la entrada del Colegio. No hacen ningún movimiento. Le indico al agente que pida ayuda, sus dos compañeros lo acompañan. Sólo quieren preguntar qué necesitan. Al  momento de acercarse los agentes a cinco metros del pick up, éste arrancó y se fue. Bajé el carro apagado hasta el parqueo y lo dejé a medio estacionar. El acto ya había terminado. Mis compañeros se acercaron a preguntar. Con dos en particular hicimos buena amistad. Sus nombres: Matías y Amílcar. Ellos afirmaron  ¡Llegar tarde a su propio acto de graduación es el colmo vos! Les mostré mi carro. ¡Vengan a ver! El carro estaba realmente desahuciado. Uno de ellos me explicó. Se pasó el agua al aceite y se mezcló con la gasolina, se tapó por completo el filtro de aire y la mezcla llegó al carburador. Luego preguntó ¿Cuánto te cobró la grúa? Yo le dije ¿Cuál grúa? El carro me trajo hasta aquí porque me venían siguiendo. Los dos creyeron que yo era un mentiroso. Y uno de ellos exclamó: ¡Este carro no se mueve solo, ni un metro y debió apagarse despuesito de que se pasó el agua al aceite! Yo no dije nada. Eso será algo que quedará guardado en mi memoria.

Ni siquiera estaba molesto por perderme el acto de graduación. Estaba feliz y me sentía humilde. Había presenciado un milagro y eso pocas personas lo viven. Es una percepción que te llena de profundo agradecimiento. Es una sensación de seguridad plena. No estoy solo. Gracias a Dios, como buenos compañeros me ayudaron a remolcar el carro hasta llegar con un mecánico. Qué aventura. El mecánico no me creyó, mis amigos no me creyeron. Eso no me molesta. Se repite en mi mente lo que pasé esa noche y nuevamente me siento profundamente agradecido. ¿Qué se siente estar en un acto de graduación universitario? No lo sé. Solo sé que una vez hubo un acto de graduación sin un graduado y ese graduado, era yo.

Autor: Edwin Rolando García Caal

jueves, 20 de mayo de 2021

Estoy contigo

Qué chiste. No sabías ni en donde se encontraba la universidad. Tomaste el bus que te indicaron pero en la ruta contraria y te perdiste. Tal vez esa acción fue la forma que utilizó la vida para enseñarte que tenías que aprender a perder. Pero al fin llegaste y en aquella cola de gente, había una misma emoción. ¡Ganar el examen de admisión! El día indicado te apersonaste y conociste la decepción. Pero no te preocupes estoy contigo. Otra vez será, dijiste para tus adentros. Lo volveré a intentar.  Y seguiste nuevamente la rutina del proceso, pero ¿qué es eso? Por segunda vez la publicación dice que no. Era tiempo de pensar otras opciones. Pero tenías la seguridad de que las respuestas que diste eran las correctas. Y te preguntabas: ¿Qué querrán que se responda? ¿Por qué aprobó la fulanita y el menganito? Eran los más haraganes del nivel medio. Entonces te surgió la duda: ¿Serán mejores que yo? Y al final tomaste una decisión. Ya no voy. Hay que buscar cuánto cobran las privadas.

Pero nunca falta alguien, que te dice prueba otra vez, estoy contigo. Otra vez será. Ya sin ganas, repites el proceso pero sin estudiar. El desánimo puede más. La resignación llega. Vamos a ver qué pasa. Sigues la rutina acostumbrada. Pero ¿qué es eso? Esta vez la publicación dice que sí. Y entonces te aparece la humildad. En realidad lo que ocurrió es que sin estrés lees mejor lo que ves. Con la mente serena se hace una mejor cena. Así que feliz, llegaste a tu casa. Familia quiero informarles que gané el examen de admisión. Fue el primer triunfo. La primera emoción. Hay aplausos. Hay abrazos. No todos los que uno quiere, porque siempre hay alguien que piensa que no lo lograrás. Aunque no te lo digan, aunque solo lo piensen. Se siente, pero no importa. Era día de festejar. A comprar los cuadernos y a forrarlos. Lapiceros de colores. Una regla y posiblemente, tu primera calculadora científica. Te pusiste un compromiso. Pienso hacer letra bonita.

El día uno llegaste al salón asignado, pero todo se veía desolado. En tu cabeza aparecieron las dudas. ¿Será aquí? ¿Será a esta hora? ¿Quién dará clases? ¿Será esa señora? ¿A qué hora será el recreo? ¿Solo 2 clases? No lo creo. Con  la información de los cursos te planteas una sentencia. ¡Esto será pan comido! En menos de 5 minutos el salón está a reventar. Alguien entra. Buenas noches jóvenes. Este es el curso “Socioeconomía General”. Hoy aprenderemos que solo hay 2 exámenes parciales. La zona es de 70 puntos. Al escuchar eso, te alegras. Ve qué fácil. ¿Por qué le tendrán tanto miedo a la universidad? Anotaciones para el cuaderno. El catedrático dice que la clase empieza una hora después de lo que está publicado y que las preguntas se responden mejor en el parqueo, con una botella de guaro. Tarea: investigar qué significa guaro.  

Al poco tiempo de que salió el primer catedrático entra alguien. Buenas noches jóvenes. Este es el curso “Fundamentos teóricos de las Ciencias Económicas” les vamos a contar la historia de la Universidad y los días que hay de feriado. Pero antes, lo primero de lo primero: ¿ustedes creen en Dios? Ese curso está muy feo. Anotaciones para el cuaderno. Hablar en la iglesia que me den tips para contradecir al catedrático.

Por si fuera poco el día dos encuentras un salón con más estudiantes que escritorios. Y te dices, aunque sea que logre meter la mano, con eso me conformo. Buenas noches. Este es el curso de Derecho I. Tienen que comprar la constitución Política de la República de Guatemala. Anotado. Por fin un curso que parece normal. Imaginas que ese curso se va a ir derechito, derechito. En el cambio de horario, te preparas a sacar el cuarto cuaderno. Buenas noches. Este es el curso Técnicas de Investigación Documental. El día de hoy tenemos que aprender que no debemos creer nada. Será que yo soy su docente o me metí a este salón para jugarles una broma. Quienes ya les dieron clases eran sus docentes o eran estudiantes repitentes jugando con los estudiantes nuevos. Escuchas al docente y afirmas. Eso no es cierto. Eran muy grandes para ser estudiantes. Aunque la señora que está a la par parece que tiene la misma edad que ellos y aquel otro señor también. Te atreves a preguntarle. Oye, ¿tú eres catedrático? Y la voz que dirige grita una sentencia. En este curso tienen que hacer grupos. Por eso te alegras. ¡Trabajar en grupo es pan comido! No te preocupes si eso te da risa. Estoy contigo.

Qué rápido pasa el tiempo. No quedó oportunidad para nada. Mañana es la fecha final para entregar tareas. Qué humillación ninguna tarea estaba bien. Anotaciones para el cuaderno: hoy nos dijeron tontos. Te dolió cuando dijeron que tal vez te equivocaste de carrera.

El frío que recorre el cuerpo es de desánimo cuando el catedrático informa quienes no llegaron a zona mínima y allí estaba tu número de carné. A intentarlo otra vez. En el otro curso te dicen que tienes oportunidad de probar en Escuela de Vacaciones. Con tres fracasos seguidos, piensas. Hay que buscar cuánto cobran las privadas. Pero no te fuiste. Alguien te hizo cambiar de idea. No te preocupes, estoy contigo.

Te diste cuenta que enfrentarse a Matemática I y a Economía Política es algo de otro nivel. Si Socioeconomía te había costado, qué sería lo que te esperaba. El jefe en la oficina no apoyaba. A la hora de salida te decía directamente: “hoy tendrá que quedarse hasta terminar”. Sólo te queda gritar: Nooooo. Es día del primer parcial. Parece que el jefe adivina los momentos perfectos para fastidiarte la existencia. El día que hay que entregar la parte que te corresponde del trabajo de grupo, el día del repaso. Y los docentes con su misma cantaleta. “No habrá prórroga para la entrega”. “No se aceptarán entregas fuera de fecha”. Hasta que la costumbre domina el ambiente. Vivir es como subirse a un ring de boxeo. Tú eres uno de los boxeadores, la vida es el otro. No puedes esperar bajarte sin haber recibido algunos golpes bien puestos. Lo bueno es que tú también has dado los tuyos.

Pero rendirse no es lo tuyo. Aunque siempre se percibe que a otros no les cuesta nada. No entregan tareas, se columpian en el trabajo de los demás y siempre ganan. A veces con mejores punteos que los tuyos. ¿Qué es eso? Parece ser que a ti se te hace todo más difícil. La familia no apoya. El trabajo no apoya. El tráfico no apoya. La lluvia no apoya.  El frío no apoya. El sueño no apoya. El salario no apoya. La memoria no apoya. El hambre no apoya. Lo sé, pero no te preocupes estoy contigo. Ahora ni siquiera recuerdas cuáles fueron los cursos que recibiste. Ni siquiera recuerdas el nombre del catedrático o, ¿Sería catedrática?

Son 40 cursos. ¿Cómo vas a recordar tantos nombres? Pero tuviste la suerte de conocer a los mejores. Un catedrático sorprendente que quieres imitar ¡Qué profesionalismo! ¡Qué forma de razonar! ¡Qué capacidad para convencerme que no me equivoqué de carrera! y también tuviste una catedrática que vale la pena saludar en cualquier lugar, porque es un modelo de inteligencia ¡Qué maravilla conocer mujeres de éxito en esta carrera! Y, ¡Qué humildad! La vida no quiere mucha ciencia quiere más modelos como ellos. Viéndolos a ellos claro que quieres continuar. Y te dices en la mente. Este es mi lugar, este es mi mundo, no piensen que un fracaso me conmueve. La vida no me hará ser vagabundo, si actúo cual las aves cuando llueve. Yo sé que triunfaré, esa es mi meta, seguiré estudiando, no me voy a retirar. Prefiero llevar libros, no maletas, aunque mi cincho tenga que apretar.

Pero hay altibajos nuevamente. Hay catedráticos que piensan que los alumnos no son humanos. Un resumen de un documento de 2,000 hojas ¿Qué es eso? Y para colmo de males lo quieren a mano. No te preocupes, estoy contigo. Hay catedráticos que piensan que el estudiante solo está para atender un curso, ¡Su curso! Lo peor es que ni siquiera cuentan chistes. Para colmo de males en lugar de dar la clase hasta te cuentan sus problemas, lo que les está haciendo su ex esposa. Otros catedráticos dejando al auxiliar en su lugar, para que lo corrijan los mismos alumnos. Y el auxiliar con ínfulas de grandeza pero con conocimientos de primaria en su cabeza.

A veces te surgió una pregunta: ¿A dónde vamos a parar? Estudiantes que no quieren poner ningún esfuerzo, no entregan tareas y a todo le toman foto para ahorrarse la copiada. Catedráticos que no quieren poner ningún esfuerzo, son simples pasadores de diapositivas y lo peor aún, con faltas de ortografía. Y con tantas muletillas para hablar. Sé lo que sentiste, recuerda que estoy contigo.

Has visto como llegan los que llegaron primero. Sus alocuciones. “Quiero agradecer a mi mamá, a mis tíos, a mis primos, a mis catedráticos, a mi maestra de primero primaria, al patojo que me vendía los shucos, a la vecina, al chucho, al gato” Y en esos momentos tus ideas eran diferentes. Cuando llegue ese momento dirás “Quiero agradecerle a mi trasero por haberme aguantado todas las horas que tuvimos que estar sentados, quiero agradecerle a mis dedos por tanto trabajo ingrato que me permitieron entregar, a mis ojos porque aunque se cerraban aún aguantaron un minuto más. A mi espalda porque a pesar del dolor me permitió llegar hasta donde hoy estoy.

Pero hoy estás aquí: Sé que fue difícil y cansado a ratos, y hasta daban ganas de olvidarlo todo, pero sé y lo dije: que aunque cambie el modo, en cada camino se gastan zapatos. Ten siempre presente y descubrirás, que aunque el cielo tenga grandes nubarrones, lograrán las metas sólo las personas que en la lucha tengan buenos pantalones,... como tú.

Déjame brindar contigo. Este es un momento de alegría y tu llanto es merecido porque pretende limpiar el alma para agradecer en limpio el mérito alcanzado. Para lavar desde lo más hondo cualquier mancha de rencor y dejar en la memoria solo los recuerdos que quieres mencionar con agrado en esta historia. Y ahora sí, quieres agradecerle a tu mamá por haberte dado la vida y solo con eso, todo tu futuro existe y te permitió llegar hasta aquí. Quieres darle gracias a Dios. ¿Quién más te daría toda la fuerza necesaria para soportar un proceso guiado por humanos? Con errores y aciertos. Con días de mucho sol y otros días malsanos. Hoy recuerdas que en cada semestre tuviste un amigo, una amiga, que se fueron quedando en el camino pero que en su momento pusieron la mano sobre tu hombro y ese fue el impulso que necesitabas para seguir adelante.

Algunos de tus amigos vienen detrás, otros se retiraron. Unos avanzaron más rápido que tú. No sabes cómo le hicieron. Pero has aprendido algo muy sabio. Caminaba contento y aunque caminaba lento, ninguno puede allí caminar de prisa; porque aunque esto nos provoque risa, caminaba a tiempo con mi propio tiempo. Estoy contigo.

Pero, sabes algo: la vida no se detiene. Debes continuar. Fija tu mirada al horizonte, tienes un camino por delante. Y aunque no es sencillo alzar el monte cuando una tormenta se avecina, llora y grita, cuando tu ser ya no aguante pero no desmayes y camina. Y si persigues los halagos de la vida, o te encierras en buscar solo comida, no tendrás más que vanas cosas. El esfuerzo es el que da glorias hermosas. Si persigues tu camino con mejores metas, imaginando lo que impulsa a los atletas, obtendrás los frutos bellos de la vida y sabrás también vivir feliz. No, no es tiempo aun de pensar que ya no falta nada, el mundo es nuestro, pero falta descubrir el universo. Yo estoy contigo.

Te felicito con todo el corazón, y propongo un brindis contigo. Que disfrutes del abrazo de un amigo. Que disfrutes el sabor de la victoria. Y con este brindis te aconsejo que camines. Porque hoy, hoy es el primer día del resto de tu historia.

Autor: Edwin Rolando García Caal