miércoles, 6 de junio de 2012

Lo especial que ha sido para mí


Edwin Rolando García Caal

Sonó el reloj a las 5:00 AM. Me di vuelta porque quería  arrancarle un pestañazo más a la madrugada. Tres minutos después sentí su mano tocando mi hombro con la pregunta respectiva: ¿vas a ir a estudiar? Me levanté de prisa y di gracias a Dios porque si me quedo dormido en la profundidad de ese sueño hubiera perdido un día de clases. Aquí está tu desayuno, me dijo. Unos huevos revueltos, frijoles y café; pan francés y un cereal de chocolate que me gusta mucho. Salimos corriendo. Nuestros destinos: el colegio y el trabajo. ¿Me das 25 quetzales? ¿Para qué? Para la refacción del 10 de mayo. Ok. No hubo gestos, ni reproches. Aunque dar Q25 para una refacción a la que no podía asistir me parece ilógico. En su trabajo sería absurdo pedir permiso para ir a esa refacción.

Regresé a la casa después del medio día. Abrí la refrigeradora y allí cómo siempre, desde que tengo buena memoria estaba el plato de microondas con mi almuerzo. Todo en su lugar. Salí y compré las tortillas. Almorcé. Limpié mi cuarto y me puse a hacer mis tareas. Ese es el trato que tenemos. Yo hago lo mío y le dejo todo el resto del oficio. Lavar la ropa y los trastes, cocinar, barrer y trapear, ordenar. La condición para no hacer eso, que de hecho ningún oficio me gusta, es presentar una tarjeta de calificaciones con buenas notas. Eso no es nada del otro mundo para mí. Mi promedio no ha bajado de 80.

Llegó tarde. Eran las 9:30 P.M. Mientras yo veía la tele, vi su desesperación por buscar unas ginas. Interrumpo sus acciones de inmediato. Tengo que hacer una tarea que no entiendo. ¿Me puedes ayudar? –Dale. Le explico y me explica. Con su ya tradicional forma de agarrar una hoja en blanco y anotar un proceso-grama. Revisa mis libros y mis cuadernos, como buscando en estos la respuesta que no sabe. Gracias a su capacidad de comprensión pronto termina aclarándome lo que no entiendo. ¡Ya me dio hambre! Exclamo. Mientras haces la cena, terminaré mis deberes.

No hay platos limpios. Le toca lavarlos mientras algunas cosas se cuecen en un sartén. Huele bien. Me doy cuenta que la lavadora está encendida, pregunto si puedo apagar el chorro porque parece que ya se llenó. ¡Por favor¡ Escucho que me contesta. Llego a la mesa y todo está bien. En la televisión hay una película interesante. Y mientras comemos y vemos la televisión yo cuento las proezas de mi juventud alocada que busca caerle bien a las patojas. Gracias a que me ha dado la suficiente confianza, puedo contarle cosas por las cuales mi abuelita ya me habría dado unos buenos sartenazos.

Me manda a acostar temprano. Siempre hay una sentencia. ¡Si mañana no te levantas temprano, yo no te voy a despertar! Eso no me molesta. El tiempo nos ha enseñado a vivir en armonía. Todo bien, mientras termina otro día normal. Antes de irme a acostar recuerdo que no ha firmado mi tarjeta de calificaciones. Se la enseño y me da un abrazo. ¡Así está bien! –exclama. Así está bien. Tenemos un trato. Yo tengo media beca por altas calificaciones, pero recibo el dinero del colegio completo. Tengo permiso de quedarme con la diferencia como premio por mis buenas calificaciones. Cuando estoy acostado y con la luz apagada, escucho que entra.

En la oscuridad, alumbrando con su celular revisa que todo esté en su lugar y que no haya dejado la computadora encendida. Si no estoy tapado, extiende una sábana sobre mí, mientras exclama su frase favorita. “Dios te bendiga”. Hoy que estoy recordando estas cosas, reconozco lo especial que ha sido para mí.  Y por eso, por primera vez diré la misma frase: Dios te bendiga… papá.


viernes, 11 de mayo de 2012

842 gradas




Edwin Rolando García Caal
Capítulo I. El principio

Mi nombre es Rubén Icucú. Esta es mi historia. Cuando tenía 6 años de edad, mis padres decidieron dejar de alquilar y se mudaron a su casa propia. Ventaja diría cualquiera, pero no es cierto. Resulta que a falta de recursos económicos, ellos habían logrado un terreno en la base del puente de El Incienso. Sí, eso es en la zona 3 de la ciudad capital de Guatemala.

Al principio mi vida parecía divertida. Pero cuando asistí a la escuela primaria, me di cuenta de un gran problema. Para llegar a donde pasaba la camioneta, tenía que subir 842 gradas. Claro que lo sé bien. Las conté día a día durante 15 años.

Mi vida era un martirio, todos los días tener que subir esas 842 gradas, sin la esperanza de que un día ya no estuvieran. Cuando se me hacía tarde para ir a la escuela, tenía que subir corriendo, y como se podrán imaginar, al llegar a la calle principal, mis zapatos estaban lustrosos. Claro, los había limpiado con mi lengua. Había días en que mi mamá nos llevaba casi arrastrados a la escuela. Aunque el que salía ganando siempre era el más pequeño porque ella, por lástima lo cargaba y él ya tenía 5 años.

Odiaba el lugar en donde vivíamos, y sin embargo mi mamá, parecía resignada. Lo bueno era que mis dos hermanos y yo, compartíamos ese sentimiento. Ella tal vez, porque había quedado viuda cuando yo tenía 8 años. Y la esperanza de tener más ingresos parecía desaparecer. Ella vendía chuchitos y para colmo de males, los vendía de cantina en cantina. Como se podrán imaginar, había dos pretextos para no acompañarla.

Recuerdo cómo nos quejábamos cuando teníamos que ir a la tienda. Pero como para todo existe motivación. Esas ingratas gradas fueron la campanita que sonaba en mis oídos para que yo lograra salir adelante. Al salir de sexto primaria me propuse una meta. Comprar mi casa en un lugar en donde no tuviera que subir ni una sola grada.

Capítulo II. Planes y realidades

Mis notas mejoraron, mis estudios terminaron y como la vida premia el esfuerzo, me hice un profesional, al igual que mis hermanos. Pero yo no soporté tanto tiempo como ellos. A mis 21 años de edad, ya había ahorrado lo suficiente para comprar un terreno en un lugar plano. Bueno, eso creía. Ya que mis sueños se vieron truncados.

Ahorrando al máximo, incluyendo el bono 14 y el aguinaldo; y trabajando mis vacaciones para tener doble pago, sólo logré ahorrar siete mil quetzales. Coticé por aquí, coticé por allá y nada. Desde Amatitlán hasta Villa Nueva, desde El Milagro hasta Ciudad Quetzal, Desde Ciudad San Cristóbal hasta Santa Faz. Un terreno sin ninguna construcción costaba como mínimo veinticinco mil quetzales. Imaginen cuánto costaba una casa. Así que tuve que conformarme con poco.

Compré un terreno lejos de la ciudad, en otro departamento. Me costó exactamente siete mil. Soñé construir lo más pronto posible, aunque eso significó ahorrar en todo. Pero la motivación siempre estuvo presente: “842 gradas”. Dibujé el plano de mi casa en el recibo del terreno.
A mis 23 años ya tenía un ahorro equivalente al precio del terreno y eso que ahorraba casi el 90% de mi salario.
Entonces vino lo inesperado. Mi novia resultó embarazada. Claro, eso es lo más normal del mundo, pero en otras circunstancias. Ahora imaginen a una mujer de 6 meses de embarazo subiendo “842 gradas”, ni modo que llamáramos un “tuc tuc”. Para colmo de males ella resultó ser de otro departamento y viviendo en casa de huéspedes. En fin, en la universidad uno no pide la respectiva hoja de vida para esos menesteres.

Mi salida se apresuró, construí lo que se puede con siete mil quetzales. Un modesto cuarto de madera y el respectivo cambio de planes. Jamás pude volver y retomar el camino de mis metas. Los pañales y la ropa, la medicina y el pasaje, los estudios y la U. Cada aumento de salario parecía desvanecerse como vapor de agua. Aunque siempre luché. Mis hijos no tendrían jamás, que sufrir lo que hacían sentir aquellas “842 gradas”. Al poco tiempo dejamos de tener piso de tierra, paredes de madera, techo de lámina. Hasta llegó el día en que aparecieron en la sala los famosos sillones de pana.

No crean que fue fácil. Ahorré mil desayunos y diez mil almuerzos. Miles de pantalones y cientos de camisas. Miles de zapatos y cientos de aparatos.

Capítulo III. Los caminos de la vida

Mis hermanos vivieron otra vida. El segundo cumplió 25 y decidió marcharse hacia Estados Unidos. Se fue mojado. Allá construyó su familia y según dice, nunca tiene dinero. Lo único que le hemos conocido son los cien dólares que mensualmente le manda a mi mamá. Un día, me enteré que había comprado una casa de un millón de dólares. Eso no podré confirmarlo hasta no viajar hacia donde él se encuentra. Mi hermano pequeño, sigue allí en la casa. Aunque mi mamá me cuenta que sólo lo ve salir a las 5 de la mañana y volver a las 10 de la noche. Sigue soltero y dice que estudia, pero aún no sé donde. El único día que habla con él es el domingo. Antes de que ella valla a misa. Al volver de la iglesia, ya no lo encuentra.

Mis hijos en cambio sí han estudiado. El grande cumple hoy 23 años. Por eso me recordé del pasado. Con ellos me ha ido bien. El mejor regalo que “el grande” me pudo dar es que hoy precisamente cerró pensum en la universidad. Él será un Auditor. Sus hermanas también van por el mismo camino. Yo, pues no pude seguir estudiando en la U porque como comprenderán había muchos gastos, siempre apareció lo inesperado.

Pero ahí vamos, mi esposa sí estudió inglés. Ella es traductora jurada. Aunque un poco biliosa. Jamás se pudo llevar bien con mi mamá por ese su carácter. Eso ha hecho que casi no la visite. Eso y las “842” gradas. Mis hijos me han dicho que ni locos, bajarían a visitarla. Y si no es porque mi mamá viene a vernos, ellos no conocerían a su abuela. El único día en que las dos se pueden reunir es el 10 de mayo, porque casi siempre hacemos una convivencia familiar aquí en mi casa. Ese día, es mañana. De lo contrario, ni en navidad porque hay que visitar a los suegros, que en confianza les digo, es el único tiempo que uso para visitarlos.

Capítulo IV. La verdad

Bueno. Quiero contarles también que la anterior, es una historia que está por terminar. Porque aunque aún no le he contado nada a mi familia, tengo un cáncer terminal. Sin embargo, sé que no es una historia particular porque muchos de ustedes se habrán sentido identificados con los personajes. Es una historia de lo más común. La razón que me motivó a escribirla es que mañana es 10 de mayo.

Es el último día que veré a mi mamá. De mi familia, no tengo remordimiento, porque sé que les he tratado bien. Porque aún con penurias he hecho mi mayor esfuerzo para que no sufran nada de lo que amargó mi existencia. De mi mismo, tampoco tengo nada que pedir. Viví mi vida buscando el éxito y lo encontré. Además les informo que hijos exitosos hay por montones. Lo que no hay en igual cantidad son hijos agradecidos. Porque ustedes no saben que al igual que yo, muy pocos reconocen detrás de sus triunfos la labor de una madre.

Mi viejita linda. Por qué será que se me olvidó que cuando yo llevaba mis zapatos lustrosos porque los había limpiado con la lengua, ella también llevaba los suyos igual. Porque yo iba de su mano. Por qué será que cuando yo me quejaba de que tenía que subir esas “842 gradas” jamás pensé que ella llevaba un peso mayor, porque además de su cuerpo llevaba su edad y a veces hasta el peso de mi hermano.

Me salí de mi casa y alivié mi pena, pero ella siguió con la suya, delante de mi indiferencia. Tal vez alegre porque su hijo había triunfado. Tal vez indignada porque no me la llevé de la mano. Yo dejé de subir esas gradas hace 23 años. Ella lleva el mismo tiempo subiendo a comprar el pan. Y de qué sirve que le dé una mensualidad de 500 quetzales si no estoy allí cuando todavía le faltan 50 gradas por subir. Ella tiene 75 años y no me había dado cuenta. El día cuando me dijo que le dolían las piernas, yo le recomendé diclofenaco.

Tal vez no era eso, tal vez era su forma de pedir que la sacara de allí. Tal vez era su forma de decirme que ya no soportaba subir 842 gradas. Porque los años aquellos en que vendía chuchitos habían puesto sobre sus piernas mil veces más esfuerzo que el que yo había hecho. Tal vez era su forma de decir que llevo 23 años de haber olvidado que ella me dio de comer durante igual número de años. Y que otros 23 años me he hecho a un lado del camino para que ella pueda subir 842 gradas en soledad.

Mi mamá ha venido a visitarme. Claro que sí. Y me ha sonreído. Pero quizás no era sonrisa. Quizás era su forma de ocultar que necesitaba más oxígeno para seguir con su prisa. Para subir y bajar aquel camino que detrás de su mano yo vi que era sufrimiento. Sin detenerme a pensar que para ella también lo era. Ahora me doy cuenta que sólo solté su mano, pero que ella sigue allí. Mi mamá ha felicitado mi casa, pero tal vez no era admiración. Ella en su forma humilde de ser oculta detrás de las exclamaciones, el sueño aquel de poder llevar su casa lejos de allí.

No le diré nada. Para qué ampliar su sufrimiento. Sólo sé decirles que aunque todos me odien, he cambiado el derecho de propiedad de esta casa. He hecho un testamento en donde informo que la he puesto a su nombre, para que un día después de mi partida, ella pueda también dejar atrás, como recuerdos, el sufrimiento de aquellas gradas, que yo como hijo ingrato, ya olvidé.

domingo, 29 de abril de 2012

SAT: un expediente a resolver y una multa que pagar



SAT: un expediente a resolver y una multa que pagar


Edwin Rolando García Caal

En el pasado próximo reciente se me ocurrió comprar un vehículo. Nada novedoso, dirán algunos. Eso sucede más veces por segundo que lo que uno hace al respirar. Pues bien, así sucedió. Decidí ahorrarme el pago de un tramitador debido a experiencias ajenas. Me contaron de tramitadores que piden a los propietarios Q146, llenan un formulario (Q1), pagan en BANRURAL (Q120), sacan la solvencia de la MUNI (Q25) y entregan dicha papelería a los nuevos propietarios cobrándoles Q600 por sus servicios, para que cada uno continúe con el trámite. En otras palabras estafan a la gente y sin embargo se les ve todos los días en el mismo negocio. A la SAT esto no le interesa porque sucede fuera de sus oficinas. Esos son los malos tramitadores, porque los otros cobran Q800 y entregan la papelería ya resuelta. El asunto es cómo diferenciar a los buenos de los malos.

Yo como una persona estudiada pensé: El trámite es fácil y no amerita el pago de los Q800. A buen entendedor pocas palabras. Así que en el mes de noviembre decidí pedir permiso en mi trabajo para realizar tan aventurado trámite. Como era el tiempo de la nueva tarjeta de circulación las colas se veían interminables, pero eso hacía obligatorio el traspaso del vehículo sobre todo porque quien me lo vendió había extraviado el título de propiedad. Así que madrugué y a las 6 de la mañana ya estaba allí. Sin embargo, alrededor de unas 300 personas delante de mí me demostraron que debí madrugar un poco más. Eso realmente era un caos. Pasé todo el santo día entre sentado en el suelo y parado. Cuando observé en el reloj que eran las 16:45 supe que era imposible seguir esperando. Ese fue mi primer intento fallido de un trámite en la SAT. Terminé pagándole a un abogado Q800. En el mes de enero de este año me entregó todo. Bueno, eso creí, pero en realidad lo que me entregó fue el nuevo título endosado a mi nombre y la nueva tarjeta de circulación pero a nombre del anterior propietario.

El viernes 20 de abril de 2012 decidí hacer mi segundo intento. Consulté la página de internet (portalsat.gob.gt). Allí hay un link que señala el procedimiento para traspaso de vehículos persona individual. Documento 1: Formulario SAT 203. Documento 2: Original y fotocopia de formularios SAT 820 para pagar Q60 y Q60. Documento 3: Haber pagado el impuesto de circulación del año. Documento 4: Llevar título de propiedad endosado por notario. Documento 5: Presentar tarjeta de circulación original. Documento 6: Solvencia de EMETRA. Documento 7: cédula original y fotocopia. Eso no me quedó tan claro, sobre todo por la nueva Ley 4-2012 que modifica los procedimientos de compraventa de vehículos.
Decidí llamar al 1550 para ampliar la información. Me hicieron esperar tres minutos pero al fin respondieron. Pregunté proporcionando los datos del vehículo y me dijeron que debía pagar Q500 de IVA, Q60 de traspaso, Q60 del nuevo título  y una multa por no haber hecho el traspaso en los 30 días reglamentarios. Pregunté de cuanto era la multa para pagar de una vez. Me dijeron que primero fuera a la SAT a la ventanilla de cobranzas, ya que tenía que llenar un formulario SAT 0811 y pagar en el banco. Asimismo me dijeron que tenía que tener pagado el impuesto de circulación de este año en la agencia más cercana a una oficina tributaria y actualizar mi RTU. Afortunadamente, de la vez anterior tenía un formulario SAT 15 para la actualización del RTU.

Fui a la SAT con el siguiente plan. Entrar. Actualizar mis datos. Pedir la multa, ir al banco, pagar todo, hacer la cola de traspaso de vehículos y listo. Llegué a las 7:30 a la SAT de Galerías del Sur. Afortunadamente no había mucha cola, si mucho era de unas 20 personas. De todos modos pregunté a un agente de seguridad que cuida la puerta de la SAT. Me señaló un escritorio para información de vehículos. Así que me situé justo en la puerta para iniciar la ejecución de mi plan. Tenía en mi poder un expediente por resolver y la claridad de que tenía una multa que pagar. Entré a consultar al escritorio de información de vehículos, el señor que me atendió me dio un listado de requisitos y un formulario SAT203, me recordó que tenía que pagar 100, 60 y 60. Le pedí un formulario para la multa y si me podía decir el monto. Me señaló una cola para solicitar formularios y me dijo que para saber el monto de la multa tenía que preguntar en el escritorio de cobranzas. Había unas 30 personas haciendo cola para comprar formularios y el paso estaba demasiado lento. Al fin llegué, pedí el formulario de multas pero la señorita que atiende me dijo que allí no lo daban. Tenía que pedirlo en cobranzas. ¡Hice cola por gusto! Me mandaron a hacer la cola fuera de la SAT, para poder pedir un número y que me atendieran en cobranzas. Por lo menos la señorita que vende los formularios me recomendó pedir dos números: uno para actualizar datos y otro para pasar a cobranzas por el cálculo de la multa.

Hice una cola de unas 25 personas. Llegué hasta el lugar en donde se dan los números electrónicamente. Pedí los dos números y la señorita que los entregaba me dijo que tenía que escoger, porque sólo daban un número por persona. ¿Actualizar mis datos o ir a cobranzas? Escogí actualizar datos. Me dieron el número A135. Al entrar hay un salón gigante con cien sillas en el centro y muchas pantallas para que cada quien lea el número de la ventanilla a la que le corresponde pasar. Igual que en los bancos, se la pasa uno escuchando la frase: “el número A ciento treinta y cinco, pasar a la posición tres” Esa era la frase que necesitaba escuchar. Para pasar tuve que esperar un buen rato. Pero se llegó el momento. Escuché la frase de mi número, me levanté rápidamente y cuando había dado unos tres pasos de cinco, se escuchó la otra frase: “el número A ciento treinta y seis, pasar a la posición tres”. Llegué y me senté en el escritorio frente a una señora que realmente no inspira nada de confianza. Me preguntó, usted tiene el número 136, le expliqué que no, que tenía el 135 porque ese número había llamado primero. Me dijo, si no tiene el número 136 hágame el favor de retirarse. Usted tenía que estar atento a su número. Le expliqué que sólo esperó 10 segundos para llamar al otro número, para eso ya estaba una dama con el número 136 a la par mía. De la forma más grosera que se puedan imaginar me mandó a la calle. No usó malas palabras, pero como si las hubiera dicho. El error fue claramente de ella porque le ha de temblar la mano y pulsó dos veces la llamada. Me sentí humillado, como me iba a decir que soy lento si estaba sólo a cinco pasos de ella y ni siquiera me dio tiempo de llegar. ¡Qué le pasa! Acaso no sabe que gracias a los impuestos que nosotros pagamos es que ella tiene para comer. Si llegara el momento en el que nosotros los contribuyentes cansados de ser maltratados nos pusiéramos en rebeldía tributaria todos a la vez, veríamos como esa vieja cabrona se estaría muriendo de hambre. Perdón por las palabras, pero eso fue realmente humillante.

Fui directamente a donde dan los números y pedí otro, explicando que se me había pasado. Me dieron el número A203. Sentado pensaba, como es que uno termina aquí, con todos los estudios, puestos importantes y logros profesionales propios, a merced de lo que una persona sin cultura y abusiva le pueda decir. Afortunadamente me senté lejos de las sillas del centro porque pude observar otro altercado. Según dijeron era el supervisor. Un fulano que empezó a ordenar a la gente de las sillas del centro según su número, para que ocuparan las sillas y se fueran corriendo cada vez que llamaban un número, eso me pareció ridículo. Paró a toda la gente y les empezó a decir, aquí el número 140, aquí el 141,… ¿Qué le pasa? Decía para mí. ¡No importa en donde estén sentados, igual su orden saldrá en la pantalla! Cuando gritó mi número, yo me hice el loco. Pero pude observar a un profesional muy honorable que conozco. Un Licenciado que me dio clases en la Universidad, ya ha de rondar por los 65 años de edad. Estaba sentado de lo más tranquilo, cuando llegó el “supervisor” ¿Su número? Enseñó el 341. Hágame el favor de levantarse que allí no va ese número. El Licenciado le respondió, no se preocupe cuando salga en la pantalla yo me levanto. Hágame el favor de levantarse de allí. No puedo, estoy cansado señaló el profesional. Señor si no se levanta lo voy a tener que levantar a la fuerza. Tranquilo, yo estoy esperando mi número. ¡Hágame el favor y se sale de aquí! ¿Cómo así? ¿Lo está sacando de las oficinas de la SAT? ¿Lo expulsa porque no hace caso a su capricho? Se hizo un relajo, una gritazón de la gran diabla. El Licenciado se levantó, fue al dispensador de agua y tomó un vaso, disimulando que en realidad era otro el asunto que lo había obligado a levantarse. Volví a pensar. ¿Cómo es que uno termina aquí? Pero en realidad aún no sabía lo que me esperaba.

Luego de mucho tiempo, llegué a la ventanilla 4. Actualicé mi RTU y salí. Fui a pedir otro número, ¿Recuerdan? Un número para pasar a que me calcularan la multa. Me dieron el E424. Me fui a sentar de nuevo, a esperar la frasecita. Cuando llegué el señor que atiende preguntó ¿En qué le puedo ayudar? Le informé que tenía una multa por no haber hecho el traspaso a tiempo. Hizo otra pregunta: ¿Ya le establecieron la multa? Dije a eso vengo. Responde tiene que traer impresa una boleta de requerimiento denominada Anexo 5. Para eso debe ir a las ventanillas de vehículos pero debe haber pagado primero en el banco los montos fijos, porque la multa se aplica sobre el formulario SAT203 ya registrado por el banco, según los datos impresos por el banco. Me pareció lógico.  Así que salí y fui al banco. Hice cola, unas 10 personas. Pagué. Hice nuevamente cola desde afuera de las oficinas de la SAT porque los agentes de la puerta me dijeron que era obligatorio. Luego de 25 minutos llegué a la maquinita que emite los números. Ya no estaba la señorita que me atendió primero, ahora había un caballero. Me dio el número I307. Nuevamente sentado frente a los escritorios, esta vez esperé si mucho unos tres minutos. Me atendieron en la ventanilla 26, una señora. Me revisó el expediente y me dijo: tiene una multa. Una noticia importante ¿No creen? La multa es por no haber pagado diez días después de la compra el IVA. ¿Me puede decir de cuánto es la multa? No lo sé. Me imprimió un formulario ANEXO (5) y me dijo pase a Cobranzas para que le digan de cuanto es la multa. Fui con el mismo que me había atendido le dije vengo a que me calcule la multa y me dijo: ¿Tiene número? No, ya había venido aquí y fui a sacar la boleta de requerimiento. Tiene que sacar número, señor. ¿Otra vez? Señor si no trae número no lo puedo atender. ¡Esto ya me parece un jueguito que no me gusta jugar! Ya no salí, fui directamente a pedir el número a la maquinita. Me dieron el número E654. Me fui a sentar.

Con el paso del tiempo llegó mi turno. Calculó y me dijo su multa es de 51.5 el banco está a la vecindad. Salí, hice cola en el banco. Pagué. Regresé, le dije a los policías de la entrada que ya tenía número. Me dejaron entrar. Fui con la mujer de la ventanilla 26 esperé que se desocupara y pasé. Me dijo. ¿Tiene número? No señorita, usted se quedó con mi número. Señor si no tiene número no lo puedo atender. Todos están esperando a que les toque su número. Fui nuevamente a la maquinita  y pedí el número. Me dieron el número I391 avancé hasta las sillas y resulta que el número ya había pasado. Así son de eficientes.

Regresé a pedir otro número explicando que se me había pasado. Me dio el número I396. Me tocó en el escritorio 23. Al fin pasé. Un fulano revisó mi papelería. La arregló pero hacía caras como si todo estuviera malo. Preguntó: ¿Quién llenó el formulario SAT203? Le dije: Yo. ¿De dónde sacó esta fecha? Del endoso del certificado de propiedad. Esa no es, debe anotar la fecha en que la SAT emitió el certificado y no la fecha en la que se hizo el endoso. Por esto le tendré que poner una multa. Llenó un ANEXO 5 con el texto: Informe revisión de documentación y datos en sistema/boleta de requerimiento. Gestión traspaso. Mala consignación de datos en SAT 4053.  Fui a traer un número para cobranza. Tuve que escuchar un sermón del que da los números. ¡Esta es la última vez que le doy número, señor! ¡Usted está a cada rato sale que sale, se supone que ya debe traer toda su papelería revisada!  Fui al escritorio de cobranzas. Me dijeron su multa es de 15 quetzales. Fui al banco y pagué la multa. Luego fui a pedir otro número para pasar a vehículos. Me dijo, no le doy número. Yo le dije, tengo que pasar, necesito un número porque sólo me mandaron a pagar una multa. Me dijo. No. Debe esperar a que su número anterior salga en la pantalla. ¿Qué es esto? Un nuevo atropello. Ya estoy chino.

De lo más molesto fui al escritorio 23. Como el fulano no estaba me senté a esperar. ¡25 minutos! La señorita del escritorio 22 me dijo. ¿Cuál es el trámite que usted está realizando? Porque mi compañero probablemente ya no regrese. Pero si es un traspaso yo lo puedo atender luego de atender al señor que está aquí. ¡Gracias, por fin una persona amable! Pasé con ella, me revisó la papelería y me dijo: Señor, no le puedo aceptar la papelería. Porque la orilla izquierda de la fotocopia de su cédula no se ve y no lo acepta así la auditoría, además no viene la fotocopia de la pasta trasera de la cédula. Le dije que esa fotocopia nunca se pedía. Me dijo es necesario tener toda la cédula fotocopiada. Vaya a sacarle fotocopia y regresa directamente conmigo, no necesita pedir otro número. Fui corriendo al segundo nivel, hice una cola de 5 para sacar la fotocopia. Al volver estaba esperando a que ella se desocupara, pero resulta que el fulano del escritorio 23 regresó a su lugar.  Entonces me fui a sentar frente a su escritorio porque allí era que me estaban atendiendo inicialmente. Me ignoró, programó su computadora y llamó al siguiente número. Cuando llegó la otra persona me dijo, señor por favor ceda el asiento, yo a usted no lo he llamado, hágame el favor de irse a sentar a las sillas. El del ticket pasó. Mientras, la del escritorio 22 le dijo, pero a él lo estabas atendiendo. Él le dijo, sí pero ahorita no lo he llamado. Él debe esperar a que lo llame. Ella me dijo. No se preocupe señor, yo lo atiendo, sólo me desocupo. Bueno, ese gesto de amabilidad todavía me dio esperanza. Pero la actitud del otro fulano ¿qué le sucede? Acaso cree que soy tan tonto de no darme cuenta que está haciendo trámites de gente que no está en el lugar y que por eso llega a pegar tarjetas de circulación a la pantalla de su computadora y se ausenta de su lugar por ratos.

Cuando la señorita del escritorio 22 me atendió nuevamente revisó mi papelería. Y me dijo: Señor, lo siento mucho. Yo sé que lo hemos hecho venir varias veces pero no le puedo aceptar la papelería. En la computadora me aparece el nombre del vendedor como Simón y en el título de propiedad aparece como Semón. Le tendré que poner una multa. Llenó el ANEXO 5 con el texto: Multa omitir/consignar NIT erróneo, alterar u omitir datos en documentos, art. 94 numeral 2, CT última línea. Me lo entregó diciendo: pase sin pedir número allí a cobranzas, vaya detrás de esas tres personas que están haciendo cola sin número. En mi reloj eran las 16:52 ¡Estaban a punto de cerrar! Fui sin pedir número. Pero el de la ventanilla de cobranzas nos dijo a los tres que llegamos: por favor tienen que ir a pedir número como todas las demás personas. Yo le dije, ya no me van a dar número porque el que da los números me dio un ultimátum y dijo este es el último que le doy. Señor, haga el favor de ir a pedir número, sí le van a dar uno.  Le dije ya no me van a dar más números, he pedido demasiados. Disculpe señor pero si no trae número no lo atiendo.

Le supliqué. ¿Se imaginan? Le dije con toda la humildad posible: hágame el favor, ya sólo faltan 8 minutos para las 5 y parece que a las 5 cierran. Contestó de lo más tranquilo: Vaya a pedir un número por favor.  Fui a pedir el número y me dieron el E696. Me fui a sentar, con un desconsuelo y una frustración total. Me llamaron cuando eran las 5 con 04 minutos.

Al atenderme me imprimió un SAT 0811 con valor de 15 quetzales. Iba hacia el banco pero ya habían cerrado la puerta. Le dije al portero, un señor gordo con gafete de trabajador de la SAT que estaba en la puerta abriendo para que la gente saliera. Solo voy a pagar una multa y regreso. Me dijo si sale ya no entra. Entonces no salí. Regresé con la señorita de la ventanilla 22, me mandó esperar. Cuando me atendió le dije. Ya no me dejan salir. Ella conversó con el de la ventanilla 23, ¿ya no los dejan salir? Él le dijo: sí lo van a dejar salir. Dígale al portero que lo estaremos esperando con la multa pagada. Que nosotros trabajamos hasta las  6 de la tarde con las personas que ya han iniciado el trámite. Fui con el portero y repetí lo que ellos dijeron. Él respondió: ¡si yo digo que está cerrado, está cerrado! Si sale ya no entra. -Pero ellos dicen. ¡No entra! Entonces regresé a quejarme con ambos (22 y 23). Allí con ellos estaba el que daba los números. El portero dice que ya no me dejará entrar y este señor dice que ya no me dará números. Los de ventanillas le preguntaron Ya no, el dijo, ya no porque ya cerré, ya son las 5. Pero el portero si puede dejarlo entrar. Anda a hablarle. Vayan, dijo a varios que estábamos en la misma situación. Díganle que siempre hay personas después de las 5, lo que pasa es que él es nuevo. Fuimos entre 4 y le dijimos. Dice que como usted es nuevo no sabe, pero que tiene que dejarnos entrar. Ya enojado respondió: ¡A mí nadie me manda! Díganles que me lo vengan a decir a ver quién se atreve. Señor comprenda, sólo tengo que pagar una multa. Vaya a pagar su multa. De todos modos si sale ya no entra. Le dije, no se preocupe me voy a quejar. A lo que respondió, quéjese con quien se le pegue la gana, con el presidente puede quejarse. Mi nombre es Luis y usted aquí ya no entra.

Entonces me paré en la puerta de la SAT por el lado de afuera, allí estaba,  tenía en mi poder un expediente por resolver y la claridad de que tenía una multa que pagar.

Por suerte leí. Vi que la multa tenía como fecha de vencimiento el mismo día. Así que fui al banco AGROMERCANTIL porque el BANRURAL ya estaba cerrado. Para colmo de males, en esa ventanilla me dicen, el formulario está malo. Le explico cómo va a estar malo si lo imprimieron en la SAT y ellos me dicen no le pusieron el periodo al que corresponde, si no lo corrige, disculpe pero no puedo cobrárselo. Yo no sé ustedes, pero a mí ya me convencieron. Creo que debo pagar un tramitador. Tal vez lo normal es darle de comer a esa gente y un sobresueldo a los servidores públicos que cobran los impuestos. La experiencia de hoy me ha demostrado que existe toda una estructura preparada para obligar a la gente a pagar tramitadores. Pagar 800 por un trámite que en mi caso, con todo y multas no pasa de 228 quetzales.

Amigo lector, amiga lectora. Todos los datos aquí expuestos son verdaderos y verificables. Siento decirle que en esta historia, desgraciadamente no me ganó la imaginación. A quienes sí creo que les ganó la imaginación fue a quienes pusieron que la SAT pretende ser una institución moderna, con prestigio y credibilidad, que administra con efectividad y transparencia el sistema tributario, porque sus empleados demuestran todo lo contrario.