viernes, 8 de julio de 2011

Un hombre presumido




Capítulo I


Leonel González nació en la ciudad capital y desde el momento de nacer vivió sólo con su madre. Su padre los abandonó.

Con mucha dificultad, Leonel estudió hasta tercer grado de primaria. Durante sus estudios descubrió que tenía una habilidad innata para dibujar. Su primer dibujo fue un trabajo de Tecún Umán que le pidió su maestra, doña Raquel Sáenz. Leonel se esforzó mucho hasta ver que su dibujo parecía real; lo presentó y ante su sorpresa, la maestra exclamó: ¡Yo pedí un dibujo tuyo y no dije que le pidieras a tu papá que te lo dibujara!

El niño respondió: Ese dibujo lo hice yo. Pero la maestra continuó: ¡Te vas a quedar de pie como castigo, por mentiroso!

Leonel se mordió los labios, estaba furioso y sobre sus mejillas resbalaron miles de lágrimas.
Durante todo el tiempo que duró el castigo, Leonel repetía para sí mismo: Este dibujo está muy bonito, yo soy un buen dibujante, yo soy un buen dibujante; aunque nadie lo crea, yo soy un buen dibujante.

Esa experiencia le costó mucho sufrimiento porque sus compañeros le pusieron como apodo “el mentiroso” y cada vez que lo nombraban así, revivía en su mente aquella mala experiencia.

Capítulo II

Leonel se retiró de la escuela por un año, en el cual se dedicó a trabajar como ayudante de albañil. Fue un largo año, el niño ya no pensaba en regresar a la escuela. En una oportunidad el albañil con el que trabajaba lo vio con las manos entre la bolsa y dándole una manada en la espalda, le gritó: ¡Sacáte las manos de la bolsa, patojo, que no sos licenciado, aprendé a hacer bien este trabajo porque de él vas a comer toda tu vida!

Leonel sintió la fuerza de esas palabras, como si dolieran más que la manada que había recibido.

Se repitió en su mente una imagen. Se veía a él mismo llegando con el malvado albañil y diciéndole: ¡Sí soy licenciado! y metiéndose las manos entre las bolsas del pantalón se mostraba orgulloso por aquel apelativo. Pero su sueño duró muy poco, porque otra manada sobre su espalda llegó de repente. Al mismo tiempo una voz fuerte repetía: ¡Ya te lo dije!

Capítulo III

Al año siguiente, el niño regresó a la escuela, trabajaba por las tardes y hacía sus tareas por la noche.

Los años fueron pasando y a pesar de su escasa edad se sentía muy cansado, pero ese esfuerzo se veía recompensado con sus buenas calificaciones. Sin embargo, su actuar pasó inadvertido por sus maestros y compañeros, que nunca le dijeron nada. A él no le importó mucho, tenía una meta: Ser licenciado.

El niño tenía sed, una sed de conocimientos que le hacía estudiar mucho y en oportunidades, ya siendo adolescente, aprovechaba su tiempo libre para visitar la Biblioteca Central. Como resultado de ese esmero, Leonel sabía un poco de cada cosa: poesía, música, literatura, artes plásticas, historia y… albañilería.

Los compañeros de estudio cambiaron su actitud. Ahora lo veían con desprecio y murmuraban entre sí: Leonel es muy presumido, cree saber de todo.

Capítulo IV

Leonel experimentó la soledad, así que se dedicó a hacer sus propias creaciones: poemas, canciones, historias, dibujos… pero sentía la necesidad de saber la opinión de los demás.  Preguntaba: ¿Qué les parece este dibujo? Sus compañeros respondían: hemos visto peores. En otra oportunidad decía: escuchen esta canción que hice. Los compañeros se tapaban los oídos y decían: ¡Nooo vos, no nos hagás soportar este sufrimiento, vas a quebrar los vidrios de las ventanas! y todos reían.

Capítulo V

Leonel fue cambiando poco a poco sus actitudes. Su futuro se vislumbraba muy prometedor. Consiguió el título tan esperado y en plena juventud. Jamás volvió con aquel malvado albañil para presentarle su título de licenciado. Quiso olvidar sus experiencias pasadas. Negaba que le hubieran afectado. Sin embargo, su forma de expresarse era diferente a la de los demás.

Ahora Leonel es un profesional. Ya no pide la opinión de los demás, ni le interesa. Con frecuencia asevera: ¡Tengo un buen proyecto! ¡Hice una muy buena canción! ¡Desarrollé un dibujo casi perfecto!

De vez en cuando exclama: ¡Ustedes los humanos se preocupan demasiado por las cosas pequeñas! ¡Eso no sucede en mi planeta!

Leonel es así.

Sus amigos se llevan bien con él, pero no dudan en decir: Es un hombre presumido.

Autor: Edwin Rolando García Caal