Mostrando entradas con la etiqueta historias entretenidas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta historias entretenidas. Mostrar todas las entradas

martes, 15 de junio de 2021

Graduación sin un graduado

 


Quienes me conocen saben que mi carro no es generación 10 años. Es más, el pobre ya ha recorrido más de 20 años y soy su tercer dueño. Aun así no me quejo.  Es un carro de aguante. Nunca me ha dejado tirado. Siempre que se descompone lo hace cuando ya está frente a mi casa. Eso es una bendición porque yo sé absolutamente nada de mecánica automotriz. Sin embargo, el día de ayer sí me dio un buen susto. Como mi casa se ubica en el kilómetro treinta, es de considerar que en muchos kilómetros a la redonda no hay un servicio mecánico o de grúas que se localice a la mano. Se recorren kilómetros y kilómetros de carretera con pura vegetación a los lados. Sin postes de alumbrado público. Eso no es extraño, estamos en el área rural de Guatemala.

Ahora bien, ayer fue el acto de graduación y juramentación de los nuevos profesionales universitarios, en donde el Colegio de Profesionales impone el pin de nuevo miembro y todo lo demás que tiene que ver con pertenecer al distinguido gremio. El acto estaba preparado para las siete en punto de la noche. Compré mi saco azul oscuro, mi camisa blanca de manga larga, una corbata de buena imagen, zapatos lustrados y listos. Hora de salida: diecisiete horas en punto. Destino: zona quince de la ciudad capital de Guatemala. En el momento exacto abordé mi nave y salí rumbo a la emotividad bien merecida. Sin embargo, ya en la carretera el carro se empezó a sentir mal. Primero le dieron ligeros vahídos. Parecía que el timón se mantenía firme pero el carro en breves segundos se movía hacia la derecha. Igual que los mareos que mi tía tiene cuando se agarra de las puertas. Eso me alertó, así que moderé la marcha y decidí ponerle más atención. A los cinco kilómetros de marcha le dio diarrea, porque inició a tirar la gasolina por el escape. Yo exclamé ¡Dios mío, estamos todavía muy lejos de una gasolinera! ¡Aguanta carrito, aguanta!

Otros cinco kilómetros y pum, le subió la fiebre. La aguja de temperatura estaba acercándose a la parte roja. Justo en el kilómetro veintiuno me tuve que orillar porque la fiebre era tan alta que el carro empezó a vomitar. Levanté el capó y era toda una melcocha. Estaba expulsando por el sartén que tiene sobre el motor, una cosa como leche chocolatada muy espesa y parecía que estaba hirviendo porque brotaba como “poporopos” (nombre que se le da en Guatemala a las palomitas de maíz). ¿Qué hago? Me pregunté. Ni siquiera puedo acercarme porque ensuciaría mi traje. En esos profundos minutos de meditación estaba cuando de pronto un pick up rojo se detiene a una distancia de 20 metros delante de mi carro. Todo mundo pensaría que querían ayudarme, pero un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. De esas sensaciones que imagino siente el hombre araña cuando sus antenitas de vinil están detectando la presencia del enemigo.

Veo de frente a los hombres que saltan del pick up; caminan tres a la derecha del pick up y tres a la izquierda. En su cintura se observan las pistolas. Se me ocurre bajar el capó. Entrar al carro y con mi cabeza inclinada sobre el timón y con los ojos cerrados pedirle a Dios con toda la fe que es posible que me libre de todo mal. Le pido una oportunidad de vida. Le pido que arranque el carro. Doy vuelta a la llave y qué les parece que el carro arrancó. Entro con velocidad a la carretera y me dirijo hacia la ciudad  capital. Veo por el retrovisor que los hombres corren se suben al pick up e inician una persecución que no es normal. Le pedí a Dios que me acompañara. El carro estaba reaccionando muy bien. No bajó la velocidad. No permitió que me alcanzaran. Fueron tal vez los minutos de más adrenalina que he pasado en mi vida.

Tenía miedo que al llegar a la subida con la que se llega a la ciudad capital el carro se detuviera. Revisaba el retrovisor, el pick up venía detrás. No sé qué quieren. Recordé que un mes antes me habían detenido cuando salí a las tres de la mañana de mi casa. En esa oportunidad tenían gorros pasamontaña y me detuvieron. Parado frente a un carro negro de vidrios polarizados escuché cuando el presunto jefe les dijo, no es él. ¿Será que nuevamente se confundieron? No me voy a quedar a preguntar. El carro no se detuvo. Está sacando humo sobre el motor, pero le pido a Dios que no me abandone. Por fin llegué a Metro Norte, cruzo para la calzada de La Paz. El pick up me sigue. No hay duda que me vienen siguiendo. Lo bueno es que el camino es de bajada. Siento mayor fuerza en el carro. También es una suerte que fuera día domingo. No hubiera sido fácil llegar tan lejos si fuera un día entre semana. Voy subiendo por la zona cinco. Ya estoy cerca, cruzar a la derecha y llegar al Colegio de profesionales. Todo el camino fui deseando que estuviera una patrulla de la PNC, pero es como si se tomaron un descanso general. Ya estoy cerca de la Escuela Politécnica, en esta ruta no hay semáforos. Bajaré hacia la entrada de la zona 15. Ya se ve el Colegio.  

Por suerte ir hacia el parqueo es de bajada. Me detengo en la entrada y le digo al agente de seguridad que me ayude. El pick up se estaciona en la entrada del Colegio. No hacen ningún movimiento. Le indico al agente que pida ayuda, sus dos compañeros lo acompañan. Sólo quieren preguntar qué necesitan. Al  momento de acercarse los agentes a cinco metros del pick up, éste arrancó y se fue. Bajé el carro apagado hasta el parqueo y lo dejé a medio estacionar. El acto ya había terminado. Mis compañeros se acercaron a preguntar. Con dos en particular hicimos buena amistad. Sus nombres: Matías y Amílcar. Ellos afirmaron  ¡Llegar tarde a su propio acto de graduación es el colmo vos! Les mostré mi carro. ¡Vengan a ver! El carro estaba realmente desahuciado. Uno de ellos me explicó. Se pasó el agua al aceite y se mezcló con la gasolina, se tapó por completo el filtro de aire y la mezcla llegó al carburador. Luego preguntó ¿Cuánto te cobró la grúa? Yo le dije ¿Cuál grúa? El carro me trajo hasta aquí porque me venían siguiendo. Los dos creyeron que yo era un mentiroso. Y uno de ellos exclamó: ¡Este carro no se mueve solo, ni un metro y debió apagarse despuesito de que se pasó el agua al aceite! Yo no dije nada. Eso será algo que quedará guardado en mi memoria.

Ni siquiera estaba molesto por perderme el acto de graduación. Estaba feliz y me sentía humilde. Había presenciado un milagro y eso pocas personas lo viven. Es una percepción que te llena de profundo agradecimiento. Es una sensación de seguridad plena. No estoy solo. Gracias a Dios, como buenos compañeros me ayudaron a remolcar el carro hasta llegar con un mecánico. Qué aventura. El mecánico no me creyó, mis amigos no me creyeron. Eso no me molesta. Se repite en mi mente lo que pasé esa noche y nuevamente me siento profundamente agradecido. ¿Qué se siente estar en un acto de graduación universitario? No lo sé. Solo sé que una vez hubo un acto de graduación sin un graduado y ese graduado, era yo.

Autor: Edwin Rolando García Caal

sábado, 3 de agosto de 2013

El concepto de injusticia


Edwin Rolando García Caal

Todo mundo pide ponerle fin a la injusticia. No obstante, eso sería una catástrofe para el planeta. Porque la injusticia es en realidad lo que la mitad del mundo reconoce como deseable. Lo paradójico es pedir justicia mientras deseamos con todo el corazón que la injusticia sea parte de nuestro diario vivir. Podemos iniciar la disertación con una simple pregunta: ¿Existirá en el planeta alguna persona que sea capaz de quitar la vida sin sentir ningún remordimiento? Y si existe esa persona: es justa o es injusta. ¿Será injusto quitarle la vida a quien no tiene ninguna posibilidad de defenderse? ¿Existirá alguien tan sádico que piense que quitar la vida está bien?

Ya sé, visto desde lejos resulta fácil identificar lo justo de lo injusto. Aquí es donde usted afirma que matar es injusto. Porque elimina el futuro de alguien. Deja a una familia. Acaba con lo que el muerto pudo hacer mañana, o sea que le limita su futuro. ¿Y si acercamos el dilema? ¿Estaría usted en la disposición de pagar para que le quiten la vida a alguien? ¿Como llaman a ese acto? ¿Autor intelectual? Si compara su propia vida con la de ese alguien a quien pide matar: ¿Será injusto pensar que su vida vale más, por eso usted debe vivir y ese alguien morir? Algunos estarán pensando en un soldado, en un agente de policía o en un acto de defensa propia.

Si usted cree que matar es malo y que nadie tiene derecho a quitar la vida de alguien y menos a pagar para que lo hagan en su nombre, en realidad está en un error. Usted piensa todo lo contrario de lo que ha afirmado hasta el momento. En su posición, usted cree que matar es bueno. Pagaría por matar una, y otra, y otra, y otra vez. En el tiempo que ha vivido, usted ha matado y además cree que lo que ha hecho está bien. Cuando se sienta a la mesa a degustar un delicioso caldo de pollo piensa en la injusticia del mundo. Pero sabe algo, usted pagó para que mataran al pollo. Un ser vivo que no hizo nada para merecer morir. Entonces empieza a cambiar su forma de pensar. Es bueno matar a los animales, afirma. No es injusto. Primero porque los animales no tienen sentimientos. En otras palabras está diciendo que si existe una persona en el mundo que no tenga sentimientos, está bueno matarlo. ¿Y quién no tiene sentimientos? Pues alguien que ve en la calle a un atropellado y simplemente se limita a decir: ¡para qué no usó la pasarela! No tiene sentimientos alguien que ve un reportaje de niños huérfanos o de ancianos muriéndose de hambre y simplemente dice: ¿no habrá algo mejor en otro canal?  Entonces en qué estamos: es correcto matar a los que no tienen sentimientos. O no tener sentimientos no entra en la categoría de lo injusto. Si yo no miro cuando lo matan, entonces no es injusto.

Recuerde cuando usted mató a una mosca o a una cucaracha. ¿No sintió culpa o sí? Definitivamente no. Porque usted es más grande. Y si el que mata es más grande entonces no hay injusticia. Está permitido matar a los más chiquitos. A los que no pueden defenderse. Tal vez está permitido matar a los que son insignificantes. Aunque recuerde que también paga a quienes matan vacas y una vaca no es tan insignificante. Tal vez se matan porque son improductivas. Y todos los seres humanos somos muy productivos. ¿A quién está permitido matar? Es que la cucaracha es muy fea. Así que está permitido matar a los feos. Es que la cucaracha no habla. Así que está permitido matar a quienes no hablan. A los que no se quejan. A los que no tienen familia. Pero los animales hablan, en su propio idioma, pero hablan. Entonces está permitido matar a los que hablan un idioma que no entendemos. Ya sé. Está permitido matar a todo aquel que no sea un ser humano. O sea que sí está permitido matar a quien sea inhumano. No ser humano es injusto y por eso hay que terminar con la injusticia.

Aquí es donde aplauden quienes son vegetarianos. Por eso nosotros, afirmará alguien, no matamos. Comemos tortillas. ¡Ajá! Entonces está permitido matar a la milpa. Porque a las plantas sí se les puede matar, porque ¿Son mudas? ¿Sabemos que son seres vivos verdad? Entonces no es injusticia matar a quienes no emiten ningún sonido. Si es mudo, aunque nazca, crezca y se reproduzca, como es mudo merece morir. Alguien se enoja con la comparación y pregunta. ¿Qué es eso? Compararnos con plantas, por Dios, nosotros somos seres superiores. Los seres superiores tienen derecho de matar a los seres inferiores. O sea que matar no es malo, si creemos que somos seres superiores.

Pero la injusticia no es sólo matar. ¿Será injusticia ver a un joven sentado en el bus mientras a la par de él va una anciana que apenas puede mantenerse en pie y él no le cede lugar? Imagíneselo a él con saco y corbata, bien planchado, de unos 20 años y se ve bastante fuerte. ¿Y si ambos van a la misma entrevista de trabajo? ¿No es injusto que contraten al joven verdad? Entonces usted piensa. Eso no es injusto, porque el joven merece el trabajo y la anciana ya no. Aunque los dos tengan necesidad de comer. Lo que pasa es que contratar a los jóvenes es lo normal. Debemos terminar con los jóvenes desempleados. Y eso es lo justo. Sobre todo si a la persona que contrataron fue a usted. Tal vez usted no tenía tanta necesidad porque sus padres aún le mantienen y la pobre anciana está sola en el mundo y no tenía ni para la cena de hoy. Eso es justicia. Nuestro mundo pone en la misma carrera del trabajo a muchos ancianos que compiten a la par de los jóvenes. Y cuando dicen en sus marcas, listos fuera, los ancianos no tienen ninguna ventaja.  Pero jamás he visto a los jóvenes pelear para que eso cambie porque no lo ven como injusticia.

¿Usted puede sentir alegría ante la injusticia? A veces usted llama suerte a la injusticia. Un joven compra un billete de lotería, tiene 16 años, nunca ha trabajado, el dinero del billete lo robó de la alcancía de su hermanita y ¡chaz! Se gana el premio mayor: 1.5 millones de quetzales y usted dice: qué suerte. Eso no es injusto. Es suerte. Es injusto que usted no haya tenido herencia, que sus padres no le hayan dejado más que educación. A la par suya, y de su misma edad, hay otra persona que trabaja con usted, gana mejor que usted y además recibió herencia de sus padres (un carro, una casa, un millón en el banco), pero no renuncia. Eso no es injusto, le pregunté al que recibió la herencia y dijo que no. El que tiene y recibe más dice que eso es justo. El que no tiene y no recibe nada dice que eso es injusto. Pero usted quiere que haya justicia. Que todos reciban lo que merecen. O sea que si usted de desayuno recibió un par de huevos y su vecino un desayuno carísimo, cada quien recibió lo que merecía. Es eso justo o todos deben ser tratados por igual (concepto de justicia).

Usted afirma que la justicia es tratar a todos por igual. Darles a todos la misma oportunidad. Ponerlos en la misma fila de salida para la carrera de la vida y decirles en donde está la meta. Todos inician a correr al mismo tiempo y el que llegue primero por justicia merece ganar. ¿Y si a la par suya en la línea de salida, antes de la carrera hay una persona en silla de ruedas? Por justicia debe ser tratado igual. A la izquierda hay un sordo. A la par de él un ciego. Más allá un huérfano. Pero como la justicia es tratar a todos por igual, entonces: en sus marcas, listos fuera y que gane el que llegue primero. Es justicia que todos entren a trabajar a la misma hora. Aunque uno viva a dos cuadras de la empresa, otro a 10 kilómetros y uno más a 140 kilómetros. Todos saldrán a la misma hora y eso es justicia. Es injusto poner a competir a un niño de 3 años a la par de un joven de 20 años. Sin embargo 20 años después. Es justicia poner a correr a un joven de 23 años a la par de un hombre de 40 años. Que gane el mejor. O sea que la injusticia se volvió justicia.

Para que se me haga justicia bloqueo la carretera. En uno de esos vehículos hay una persona que tenía 8 meses de buscar trabajo y al fin le salió una entrevista, pero no llegará porque mi justicia bloqueó la carretera. Es justicia que la suerte decida quién estará mejor y quién estará peor. Es justo que alguien tenga todas las comodidades del mundo y otro no tenga ni una cama para dormir. Usted tiene cama. Eso es justicia.

Usted ve a un niño desnutrido. Eso es injusto. Así que le toca el hombro a quien va sentado a la par suya y le propone: Le daré Q100 mensuales si adopta a ese niño y le da de comer bien. ¿Eso es justicia? Digamos que el otro lo adopta. Sin embargo, en un mes no definido usted se quedó sin trabajo no tiene ni un pan para comer y le llegan a cobrar los Q100. Usted no lo paga. Le cobran una multa. ¿Eso es injusto? ¿Usted sólo debe pagar cuando tiene? Y si el otro es en realidad el Gobierno. Entonces es injusto que le cobre si usted no tiene trabajo. Pero ese impuesto se llama IUSI y se paga aunque usted no tenga ingresos. ¿Eso es injusto? Pero el Gobierno sí debe darle los beneficios sociales aunque usted no tenga trabajo. Eso es justicia. Los pobres no deben pagar impuestos, eso es justicia. Los pobres deben recibir todo gratis eso es justicia. Y si usted tiene una casona, pero también tiene 10 meses sin trabajo y no tiene ni un centavo para comer, el gobierno no le da nada gratis, porque en primer lugar usted es un profesional, no es pobre, entonces muérase de hambre. Eso es justicia.

Creería que lo que usted ve como injusto es lo que otro ve como justo. Y si usted recibe un beneficio eso lo ve como justo, aunque frente a usted alguien lo ve como injusto. Su concepto de injusticia es tan relativo que sería totalmente injusto hacer que se cumpla lo que usted piensa. ¿Ahora qué piensa? ¿Qué lo que he escrito es injusto? Usted está diciendo que lo justo es aceptar todas las injusticias con las que usted está de acuerdo. Que el niño que sacó 100 es muy estudioso aunque además desayuna, y que el niño que sacó 45 es un haragán que además no desayuna. Que aquel que tiene padres con estudios debe ser más inteligente que quien tiene padres analfabetas. Y si el que tiene padres analfabetas fracasa es justo que fracase.

En una oportunidad tomé un bus de Petén hacia la ciudad de Guatemala. Pagué un bus especial para descansar durante el viaje. Trescientos ochenta quetzales. Al llegar a Llano Largo, el piloto se detuvo y subió a muchas personas, cobrando cinco quetzales de pasaje a cada uno. Por supuesto, para quedarse con ese dinero.  Sentí miedo de que se fueran a perder mis pertenencias así que me puse de pie y bajé del maletero mi mochila. En ese momento una señora se sentó en mi lugar. Le dije: disculpe señora, ese es mi lugar. Y ella sin ninguna educación me respondió: ¡coma mmmm yo también voy pagando mi pasaje y por lo tanto tengo derecho a sentarme! Los pobres no sólo no tienen, sino que arrebatan. ¿Es eso justo?  ¿La injusticia se castiga o se desea? ¿La injusticia se defiende?

¿Qué color debiera ser el único en la naturaleza: el verde o el azul? ¿Los dos? Es correcto. Debemos aceptar la justicia y la injusticia como algo natural y necesario. El grande se come al pequeño y el pequeño no tiene oportunidad de defenderse. Si el grande es un gallo y el pequeño un gusano. Si el grande es tiburón y el pequeño un pez de colores. Si el grande es una mamá con cincho en mano y el pequeño un hijo a quien le van a pegar para educarlo. Pero si todo fuera justo. Los pequeños no debieran ser comidos por los grandes. Los hijos podrían defenderse de los regaños de los padres. Los alumnos podrían decidir lo que los maestros pueden o no pueden hacer. Entonces no habría grandes. Todos seríamos iguales. No habría vacas porque se comen al indefenso monte. No habría alguien con derecho frente a alguien con obligaciones. Estará de acuerdo en que ponerle fin a la injusticia significa ponerle fin al ser humano. El ser más injusto sobre el planeta. El ser que es capaz de destruir a la naturaleza porque cree que es lo justo. El ser que es capaz de quemar miles de hectáreas de bosque, plantas, aves, mamíferos, porque quiere sembrar maíz. El ser que es capaz de no dejar subir a alguien a un bus porque ese alguien no tiene dinero. Y no le da de comer en un restaurante a quien no puede pagar.

Una madre lloraba por el asesinato de su hijo. Desconsolada a media calle. Era mi único hijo, decía. Él me daba de comer. Yo ya soy vieja, no puedo trabajar por la artritis. Soy viuda. En la esquina los agentes de policía custodiaban al asesino. Que también gritaba. Tuve que matarlo. Le metió un cuchillo a mi esposa porque nos estaba robando. Y también quiso matar a mi bebé.

Ya que hablamos de injusticia y la queremos eliminar, entonces necesitamos leyes. Una ley que prohiba personas paradas en el bus, porque es injusto pagar lo mismo cuando unos van sentados y los otros parados. Debe prohibirse recibir niños de diferentes edades para un mismo grado. Es injusto que niños de 8 años estén en el mismo grado que los niños de 7 años. Es injusto que las personas de baja estatura se suban a un bus con los pasamanos muy altos, que lo prohiban. Es injusto que quien acaba de aprender a conducir un vehículo viaje en la misma calle que otros pilotos expertos. Es injusto pagar lo mismo en el bus si cada quien se baja en paradas diferentes. El que viaje más lejos que pague más. ¿Habrá que pedirle a Dios que mate a las suegras y le dé más vida a las madres?


Mejor siga mi consejo. No sufra por la injusticia, ni se alegre por la justicia. No vaya a ser que en realidad esté sucediendo todo lo contrario.



martes, 19 de febrero de 2013

No más indiferencia

Edwin Rolando García Caal

Eran las 9:35. Finalizaba una jornada laboral. Ya estaba cerca de subir a mi vehículo. Sólo tenía que caminar dos cuadras hacia el parqueo. Para llegar era necesario atravesar algunos puestos de venta de comida rápida. Pero no son puestos formales, son carretas improvisadas en donde venden carne asada, tacos mexicanos, panes con algo, qué sé yo.  Muchos perros encuentran frente a estos puestos de comida su forma de sobrevivir. Más de alguien dejará caer un pedazo de tortilla, medio pan o un pedazo de carne que no quiso irse a la boca.

Pero ese día era peculiar. Una señora parecía divertirse jugando al ramo de la novia con pedazos de tortilla. Tiraba los pedazos al aire y los perros saltaban para ver quién tenía la fortuna de comer. En una de tantas tiradas. La tortilla llegó hasta media calle. Un perro pequeño, color negro, de esos que no tienen raza definida, se abalanzó para comerla. Un carro de velocidad normal, distraído o intencionado, arrolló a aquel animal.

La conmoción duró unos segundos. Se escuchó la misericordia de muchos transeúntes. Pobrecito. Se va a morir. El perro se arrastró hasta la banqueta y allí se quedó, temblando. ¿No tendrá dueño? ¡Qué pena! Pero luego de un minuto si mucho, de contemplar la escena desoladora, cada quién volvió a lo suyo. Total, es un perro. Aquella señora que lanzaba los pedazos de tortilla continuó haciéndolo. Dos perros se veían permaneciendo en el juego. Tres perros no. Uno blanco, uno negro, uno canela parecían ensayar un ritual espiritual que tenía que ver con aquel atropellado.

Cada uno se situó exactamente en la posición de los ángulos de un triángulo rectángulo. El atropellado en medio. Lo veían sin ladrar nada. Se echaron, cada uno en su posición. Como cuidando; como apoyando. Sentí en el aire la fuerza de la solidaridad y la esperanza. Sin nada que pudieran hacer. No tenían los instrumentos, no tenían los conocimientos. Era algo que no podían resolver. Ellos son de aquellos que no pueden pronunciar palabras de aliento pero pueden estar allí. Sin decir nada, sin pedir nada. Sólo acompañando. Tratando de hacer llegar con su presencia aquel mensaje de NO MÁS INDIFERENCIA.

Pero no eran amigos. Los amigos no compiten por quitarse la comida de la boca. Por eso es admirable que aquellos que se ven por asuntos de trabajo, sacrifiquen su comida en atender las necesidades de aquel que compite por quitarles sus ingresos. Aquello no fue asunto de segundos. Asunto de segundos fueron las miradas de la gente que en tono de hipocresía expresó su indignación, pero dando vuelta la cara olvidó casi de inmediato la cuestión del sufrimiento ajeno.

¿Cuánto tiempo estarían los perros así? Guardianes de la muerte. Esperando que aquel que respiraba con problemas, entregara al Señor que lo da todo, su vital aire de vida. ¡Qué irónico! Perder la vida, por comida. Este perro perdería la vida. Otros la pierden con algo más, dejando esparcido en el camino, los abrazos del amor y del anhelo. Y ¿qué les quedó a quienes esperaban su retorno? Nada. Esperaban comida, esperaban el regreso y no les quedó ni eso. Ahora esperan a los dueños del consuelo.

Cuando entré al parqueo, buscando el carro vi un chorro. Visualicé también la tapadera plástica de una magdalena. Se me ocurrió que podía ofrecerle al atropellado un poco de agua. Eché agua hasta la mitad y salí en busca del futuro difunto. De pronto y le ayudaría. Como esas recetas mágicas que sólo funcionan en un mundo que no es humano.  Coloqué el agua a escasos centímetros de su rostro, pero nada. No se inmutó. Parecía que lo que esperaba era lo deseado. Tal vez ya no tenía motivos y su sufrimiento no quería alivio. Los tres compañeros del camino seguían allí esperando el desenlace, siempre en sus posiciones triangulares. De pronto ocurrió lo inesperado. Una señora desharrapada llevando por las manos a dos niños menores de 5 años, irrumpió la escena. Gritando el nombre del perro atropellado le cuestionó ¿Qué hacés allí? ¡Vamos! Y aquella palabra expresada sin delicadeza y desconociendo lo acontecido, fue más fuerte que la adrenalina generada por aquel golpeado organismo. El perro se levantó. Medio tambaleando, medio renqueando. Tomó del agua transparente hasta casi terminarla. Y como si los milagros en su estilo de vida no se habían agotado persiguió con paso lento a aquellos niños que volteaban esperando su llegada.

Fue asombroso ver a aquellos cuatro perros levantarse al mismo tiempo. La dueña del atropellado entró dos casas adelante. El perro se echó en cinco ocasiones más, se levantó pero no entró.  Cada vez que se levantaba parecía estar más fuerte. La dueña salió, se dirigió hacia la panadería compró el pan y le tiró dos de francés. El perro comió. No se veía del todo repuesto pero sí se le veía dispuesto a superar aquellas dolencias. Tal vez lo importante es recordar que hay alguien que siempre nos espera. Eso que no es material y que circula por las venas distribuyendo entre la carne y el espíritu la fuerza de la vida.

Todos estaban nuevamente dispersos. Cada quién en lo suyo. La luz de otro carro alumbró la calle que para esa hora de la noche ya estaba desierta. Aquí viene la reacción. Los perros que cuidaron al atropellado se abalanzaron hacia el carro, ladrando y reclamando los golpes sufridos por aquel. El atropellado reaccionó y empezó a correr también al carro que pasaba. Allí está. ¡Hay alivio en reclamar!

Cada carro que pasó recibió las amenazas de los perros. El reclamo de los golpes que tal vez no propinaron otorgó a la media noche un ambiente de penumbra y de consuelo. Tal vez esos carros no fueron, pero quién le dice a un perro que no es cierto que los carros son iguales. Saqué mi carro del parqueo y me di cuenta que había esperando mucho tiempo por aquel raro desenlace. Pero estaba contento. El final no era triste y la vida me había enseñado otra clase de lección. Sin palabras, pero no me hicieron falta. Como plana de escolar, cuatro perros que ladraban a los carros que pasaban me decían en su idioma, que compadecer sin apoyar es igual a ignorar. Alguno expresará que No se soluciona nada con ladrar hacia los carros. Pero no es para los carros el remedio. Es para el atropellado. Sentir que alguien te acompaña en lo que decides hacer, aunque no solucione tu problema, te inyecta una fuerza extraordinaria que se llama “NO MÁS INDIFERENCIA”. 
 
Fotografía: http://stopalmaltratoanimal.blogspot.com
 
 

viernes, 8 de julio de 2011

Un hombre presumido




Capítulo I


Leonel González nació en la ciudad capital y desde el momento de nacer vivió sólo con su madre. Su padre los abandonó.

Con mucha dificultad, Leonel estudió hasta tercer grado de primaria. Durante sus estudios descubrió que tenía una habilidad innata para dibujar. Su primer dibujo fue un trabajo de Tecún Umán que le pidió su maestra, doña Raquel Sáenz. Leonel se esforzó mucho hasta ver que su dibujo parecía real; lo presentó y ante su sorpresa, la maestra exclamó: ¡Yo pedí un dibujo tuyo y no dije que le pidieras a tu papá que te lo dibujara!

El niño respondió: Ese dibujo lo hice yo. Pero la maestra continuó: ¡Te vas a quedar de pie como castigo, por mentiroso!

Leonel se mordió los labios, estaba furioso y sobre sus mejillas resbalaron miles de lágrimas.
Durante todo el tiempo que duró el castigo, Leonel repetía para sí mismo: Este dibujo está muy bonito, yo soy un buen dibujante, yo soy un buen dibujante; aunque nadie lo crea, yo soy un buen dibujante.

Esa experiencia le costó mucho sufrimiento porque sus compañeros le pusieron como apodo “el mentiroso” y cada vez que lo nombraban así, revivía en su mente aquella mala experiencia.

Capítulo II

Leonel se retiró de la escuela por un año, en el cual se dedicó a trabajar como ayudante de albañil. Fue un largo año, el niño ya no pensaba en regresar a la escuela. En una oportunidad el albañil con el que trabajaba lo vio con las manos entre la bolsa y dándole una manada en la espalda, le gritó: ¡Sacáte las manos de la bolsa, patojo, que no sos licenciado, aprendé a hacer bien este trabajo porque de él vas a comer toda tu vida!

Leonel sintió la fuerza de esas palabras, como si dolieran más que la manada que había recibido.

Se repitió en su mente una imagen. Se veía a él mismo llegando con el malvado albañil y diciéndole: ¡Sí soy licenciado! y metiéndose las manos entre las bolsas del pantalón se mostraba orgulloso por aquel apelativo. Pero su sueño duró muy poco, porque otra manada sobre su espalda llegó de repente. Al mismo tiempo una voz fuerte repetía: ¡Ya te lo dije!

Capítulo III

Al año siguiente, el niño regresó a la escuela, trabajaba por las tardes y hacía sus tareas por la noche.

Los años fueron pasando y a pesar de su escasa edad se sentía muy cansado, pero ese esfuerzo se veía recompensado con sus buenas calificaciones. Sin embargo, su actuar pasó inadvertido por sus maestros y compañeros, que nunca le dijeron nada. A él no le importó mucho, tenía una meta: Ser licenciado.

El niño tenía sed, una sed de conocimientos que le hacía estudiar mucho y en oportunidades, ya siendo adolescente, aprovechaba su tiempo libre para visitar la Biblioteca Central. Como resultado de ese esmero, Leonel sabía un poco de cada cosa: poesía, música, literatura, artes plásticas, historia y… albañilería.

Los compañeros de estudio cambiaron su actitud. Ahora lo veían con desprecio y murmuraban entre sí: Leonel es muy presumido, cree saber de todo.

Capítulo IV

Leonel experimentó la soledad, así que se dedicó a hacer sus propias creaciones: poemas, canciones, historias, dibujos… pero sentía la necesidad de saber la opinión de los demás.  Preguntaba: ¿Qué les parece este dibujo? Sus compañeros respondían: hemos visto peores. En otra oportunidad decía: escuchen esta canción que hice. Los compañeros se tapaban los oídos y decían: ¡Nooo vos, no nos hagás soportar este sufrimiento, vas a quebrar los vidrios de las ventanas! y todos reían.

Capítulo V

Leonel fue cambiando poco a poco sus actitudes. Su futuro se vislumbraba muy prometedor. Consiguió el título tan esperado y en plena juventud. Jamás volvió con aquel malvado albañil para presentarle su título de licenciado. Quiso olvidar sus experiencias pasadas. Negaba que le hubieran afectado. Sin embargo, su forma de expresarse era diferente a la de los demás.

Ahora Leonel es un profesional. Ya no pide la opinión de los demás, ni le interesa. Con frecuencia asevera: ¡Tengo un buen proyecto! ¡Hice una muy buena canción! ¡Desarrollé un dibujo casi perfecto!

De vez en cuando exclama: ¡Ustedes los humanos se preocupan demasiado por las cosas pequeñas! ¡Eso no sucede en mi planeta!

Leonel es así.

Sus amigos se llevan bien con él, pero no dudan en decir: Es un hombre presumido.

Autor: Edwin Rolando García Caal