Páginas

lunes, 9 de mayo de 2016

Caí en la cuenta



Edwin Rolando García Caal
10 de mayo de 2016

Vi una pareja con un bebé. Ella llevaba una pañalera y él al pequeño, envuelto en un cobertor color celeste. Subieron al bus. Él pagó. Ella se sentó y él de forma inmediata recargó sobre los brazos de ella, al dormido infante. Nadie se asombró, nadie se extrañó. Esto es más común que los piropos que deben soportar las mujeres cuando pasan frente a un edificio en construcción. La sociedad ha cambiado. Cuando yo nací, el esposo debía caminar delante. La mujer detrás. Ella llevaba al bebé y la pañalera. Si los niños ya eran varios, ella los llevaría igual. El hombre caminando delante, con un machete en la cintura o con un ataché. Ahora todo ha cambiado. En las pláticas antes del parto se escucha a las Licenciadas del trabajo social afirmar lo siguiente: No estás sola en esto, tu pareja es tu mejor apoyo. 

Hoy mi día fue diferente. Durante el desayuno, me quedé fijamente analizando la conversación de dos mujeres adultas, en una mesa de al lado. -¿Dormiste bien? No me digas que el bebé te desveló. -Así parece. Estiven se quedó dormido como un tronco. Ayer le tocaba cuidarlo y se durmió. Pero lo consideré, porque durante el día tuvo que descargar un camión. Espero que eso no se haga rutina, porque yo ya no aguanto tanto desvelo. Nunca pensé que los bebés fueran vampiros. –No lo dejes. Hoy que llegue, recuérdale que debe reponerte la noche de ayer. Si no se va a acostumbrar. Regresé a mis pensamientos. Si que ha cambiado nuestra cultura. “Ayer le tocaba cuidarlo”, que expresión tan rara. Cuando yo nací, la mujer era la responsable de los niños. El hombre para eso trabajaba. De día se trabaja, de noche se duerme. La mujer amamanta al niño, de día y de noche. En la conversación que analicé, noté algunos detalles adicionales. Eran las 10 de la mañana. Si tenía a un bebé que la desvelaba, qué hacía esa mujer en un restaurante, conversando con una amiga, a media mañana. ¿Dónde estaba el bebé? ¿Tenía a alguien que se lo cuidara en el día?

¿Cuál es la bendición de ser madre? He visto muchas veces un rótulo en la clínica pediátrica a la que llego frecuentemente a trabajar. Dice más o menos así: “Madre, duerme todo lo que puedas, la salud de tu bebé depende de la tuya. Si no duermes de noche, procura dormir durante el día. Reduce tus actividades domésticas y laborales, todo puede esperar. Disfruta de tu bebé, cógelo, abrázalo, bésalo, este es tu momento. Déjate consentir, tú no tienes por qué rechazar la ayuda. Las otras mamás son tus mejores aliadas”. Si que ha cambiado la vida. Cuando yo nací las madres no reducían sus responsabilidades, las incrementaban.

Cómo es eso de que “Es tu momento”. Cuando yo nací había algo muy claro. Una madre sería madre toda la vida, no sólo un momento. Tenía la responsabilidad de criar un buen hijo. Un buen padre. Un buen ciudadano. Ahora resulta que los consejos dicen: “Ayúdale a tu hijo a saltar en los charcos”. “No le niegues nunca un abrazo”. “Enséñale a besar mariposas”. “Déjalo ser, las paredes se pueden volver a pintar”. “Puedes lavar los platos más tarde, juega con él”. “Recuerda, los gritos de mamá duelen para toda la vida”. “Respira”. “Trabaja menos, quiérelo más”. Ahora entiendo por qué ha cambiado tanto nuestra sociedad. Cuando yo nací, los besos de la madre se tenían que ganar barriendo el patio, lavando los trastes, cortando leña. Acarreando agua. Una madre no hacía su trabajo a un lado para jugar con los hijos. Cuando yo nací, las madres no se metían en la vida del niño. Era el niño quien debía insertarse en la vida de la madre. El trabajo era primero, el amor era un premio. Ahora resulta que el consejo es “El padre debe participar en todas las tareas del cuidado del niño”. Cuando yo nací, el padre llegaba de noche, cenaba, resolvía los problemas de la casa, daba instrucciones y luego se iba a dormir. Ahora, no se sabe quién es el papá y quién es la mamá.

Cuando yo nací, el consejo más común de las madres a las niñas era “primero aprende a cocinar y luego a buscar novio” y a los niños “primero aprende a trabajar y luego a buscar novia”. Sin embargo, también era común escuchar a una madre decir: No me importa que seas hombre, tienes que aprender a planchar, a lavar, a cocinar; de repente te conseguís una mujer huevona y le tendrás que enseñar”. Eran palabras importantes. Una niña con los labios pintados era una niña castigada por la madre. Ahora veo por qué nuestra sociedad ha cambiado tanto. Son las mismas madres las que compran los pintalabios y los vestidos provocativos de las actuales adolescentes. Ahora no hay límites para los hijos y las hijas, pueden abrirse agujeros por cualquier lado para ponerse aretes, tatuajes y colores. Ya no hay un modelo de persona. Las madres quieren ser amigas y no madres. Han dejado un vacío de autoridad que cualquiera puede ocupar.

Y al analizar todo esto caí en la cuenta, por qué soy una persona centrada. Fui un bebé que salía a trabajar envuelto en un rebozo. Porque mi madre no tuvo esposo. No hubo un hombre que me llevara en los brazos mientras ella cargaba pañaleras. Ella no era niñera. Era madre. Una madre que antes de ponerse a jugar con su cachorro, debía encontrar el alimento y abrir un chorro para ponerse a lavar la ropa ajena. 

Cada vez que nos dormimos sin un pan en el estómago, me explicó por qué no teníamos mucho. Me repetía sin cesar, “si yo tuviera estudios, si yo tuviera un título”. Sumido en la peor pobreza me enseñó la importancia del estudio. ¡Qué enseñanzas tan profundas! Mi madre me enseñó con hechos que en la vida hay que aprender a valerse por sí mismo. Ella estuvo sola en eso. Cuando yo fui un bebé un consejo de esa trabajadora social sobre la ayuda de la pareja, hubiera parecido un mal chiste. Ella se desveló. Claro que se desveló. A mayor pobreza más enfermedades. A mayor pobreza más penas y menos sueño. Ayer le tocaba cuidarme. Y al día siguiente, y al día siguiente. Esa era la costumbre. “Si no duermes de noche, procura dormir durante el día”. Qué expresión tan rara. 

Mi madre trabajaba de día. En su mirada cansada, pude aprender a soñar. A soñar despierto. No todo puede esperar. El tiempo se acaba y la juventud se va. Las canas aparecen y la vejez te visita, más pronto de lo que crees. Sí que ha cambiado la vida. Ahora caigo en la cuenta que mi madre me enseñó el significado de la responsabilidad. Me pegó. Con un chicote de caballo. Me pegó por llorar, me pegó por salir sin su permiso. Me pegó por llevar a compañeros de la escuela y entrarlos a mi casa. Me pegó por salir a recoger tapitas para construir la alfombra que pidió la maestra. 

Me pegó por recibir un globo de un extraño. Me pegó por quemar los frijoles y por romper las tortillas. Me pegó por romper la rodilla de los pantalones. Me pegó por volver de la escuela 5 minutos más tarde. Me pegó cuando olvidé lavar los trastes. Me pegó por no barrer bien. Me pegó por dejarle arrugas a la cama. Me pegó por comer frente al televisor. Y me pegó porque tenía ganas de pegarme. Ella era la que mandaba y yo el que obedecía. Y cada vez que me pegaba me hizo desear con todas mis fuerzas llegar un día a convertirme en el que mandaba. Mi mamá me pegó si saltaba en los charcos. Me pegó por manchar las paredes. Me pegó por quebrar los vasos. Me pegó por comerme un pan de más. Me pegó por bañarme con mucha agua. Y entre todo eso, jamás me enseñó a besar mariposas. 

Y aprendí. Cada vez que me pegó, aprendí. Aprendí que la comida no abunda. Que el agua no se desperdicia. Aprendí que si la haces, la pagas. Aprendí que el tiempo está medido. Aprendí que antes de amar hay que trabajar. Aprendí que no puedo vivir de regalos. Aprendí que lo que tengo que hacer lo debo hacer bien. Aprendí que las rayas no son arte. Y cuando me comí un pan de más, no sólo me pegó, también lloró. Lloró porque ya no había más pan para el desayuno. Y su llanto dolía más que aquel chicote. Me hizo desear con todas mis fuerzas un cambio de vida. Yo no la odiaba a ella. Odiaba la pobreza. 

También aprendí a ganarme sus besos. Cuando fui el mejor de la clase. Cuando vio en mí, la esperanza de un futuro mejor. Cuando hacía la limpieza porque ella estaba enferma. Cuando aparecí entre los personajes de una obra de teatro. Cuando le escribí mi primer poema. Cuando le celebré el día de la madre con una plancha, con una olla, con una licuadora. Por supuesto, eran las cosas que no teníamos. Mi madre no me abrazó cuando terminé de lavar los platos. Menos cuando arreglé mi cama o planché la ropa. Siempre dijo que esa era mi obligación. Por cumplir con mi obligación, me dijo que jamás esperara algún tipo de premio. ¿Por qué llevarle a la maestra una manzana por cumplir con su obligación? ¿Por qué llevarle a un médico una gallina? ¿Por qué llevarle a un funcionario público un cheque? Ahora caigo en la cuenta que mi madre me enseñó a rechazar la corrupción.

Mi madre, una mujer sin estudios, me enseñó a estudiar. Aquella mujer sin recursos, me mostró las leyes de la economía. Todos los recursos son escasos. Inclusive el tiempo. Entre todas las limitaciones me enseñó a planificar. Yo ya sé lo que haré mañana, y pasado mañana, y el mes entrante, y el año entrante. Aprendí que aquello que es escaso se valora más y por eso, los besos que le arranqué son mis grandes tesoros. Entre todo lo que me enseñó hay algo que practico todos los días. Es una frase sencilla: “Dios te bendiga”. La digo al llegar, la digo al salir. Desde hace mucho, es mi forma de saludar.

Es que ella me enseñó a agradecer y a cantar. Cuando ella cocinaba, cantaba. Cuando ella planchaba, cantaba. Tenía una forma especial de agradecer por la vida. Agradecer por la comida. Agradecer por la ropa. Agradecer cuando todo va viento en popa. Innumerables veces la observé regalando comida a los mendigos de la calle. Y otras muchas, me dio las monedas para que yo las echara en el canasto de la iglesia. Hoy, más que nunca, mi alma está llena de agradecimiento. 

Alguien llegó a mi casa y se admiró de lo que tengo. Doctor, me dijo. “Se nota que a usted le ha sonreído grandemente la vida”. Así es, le dije. Dios me dio a manos llenas. Pero se mandó cuando me dio a mi madre. Ah, comprendo, me dijo. Tiene todo esto por herencia. Es correcto, le dije. Esta es mi herencia. La casa, los carros, los títulos universitarios, los viajes, los juegos, ese gran jardín. De mi autoría será construir una bonita familia, espero en Dios, no equivocarme. -Pues tiene todo lo que necesita me dijo. Con tanto lujo eso ha de ser fácil. -No lo crea, respondí. El dinero y los lujos, no lo son todo en la vida. Me lo enseñó mi madre.

Y su madre, vive con usted ahora. No, ella está de viaje. Vive 6 meses en su casa de Guatemala y 6 meses en Estados Unidos con mi hermana. 

-¡Qué vida!, me dijo. 

-Yo creo que se la merece, respondí. No es fácil ser una buena madre. Ella tuvo que practicar mucho, hasta que al fin lo logró. 

-Ah, entonces tiene muchos hijos, completó. 

-No, para nada. Ella tuvo que practicar mucho, porque no se es buena madre sólo porque se tiene un hijo. Si usted la viera ahora, ella no es la sombra de lo que fue. Antes era muy enojada. Ahora es todo amor. Me dice frases bonitas, me llena de besos y me da sus abrazos. Cuando la visito, me atiende como a un rey.

Ahora caigo en la cuenta, que la madre que reconozco ahora sólo la logra identificar el hijo que soy ahora. Porque mientras ella aprendía a ser la mejor madre, yo aprendía a ser su hijo. Ella ha sido creada como un diamante. Según el diccionario, la mayoría de diamantes naturales se forman en condiciones de presión y temperatura extremas. La mejor característica de un diamante es su dureza ya que el diamante es el material natural más duro hasta ahora conocido. La segunda característica que le asigna valor es su tenacidad lo que significa resistencia a la fractura. Su tercera característica es el color. Este es un detalle asombroso. El origen de los colores en un diamante está relacionado con los defectos que posee. 

Hoy, sin pretender hacer un análisis de mi madre, caí en la cuenta que en ella tengo un diamante, que con el tiempo se ha convertido en gema. Bonito reto me ha puesto, porque siendo yo su hijo, debo corresponder a su característica de dispersión óptica, lo que hace que un diamante sea apreciado por todo el mundo. 

¡Qué madre! Agradezco que con fuerza empujara mi destino, enseñándome a no quedar tirado en el camino. Hoy que estoy aquí como su hijo, no voy a recordar lo que me dijo, pero voy a recitar lo que he aprendido. Dios le bendiga madre. Mil trescientos grados centígrados nos han impactado en esta vida, pero al final hemos sido la combinación correcta de temperatura y presión. Quién iba a decir que el carbono se podría transformar en una gema. ¿Sabe cómo se identifican los diamantes sintéticos de los diamantes originales? En que sólo los diamantes originales suelen tener imperfecciones, pero son los más admirados. Algo que me alegra de todo este análisis es que con seguridad puedo afirmar que en nuestra historia, ya no hay carbono.

(Descargar en PDF)

1 comentario:

  1. Ser un buen hijo y una persona centrada no es cuestión de los cambios en el tiempo o las publicaciones que se hagan para ser "mejores madres". Esto es por los valores y principios que tienen las mujeres y se transmiten a sus hijos, esto las induce a motivar a sus hijos a superarlas de manera positiva; enseñarles el afán de estudiar y desarrollar sus habilidades para cambiar su presente. Sin olvidar ser agradecidos.
    Le felicito por que tiene una hermosa gema, su apreciada madre.

    ResponderEliminar

Si te ha gustado esta lectura, permite que otras personas se enteren.